Archive for marzo 2009

You don´t love me (you don´t care)

Que sí, que vale. Que soy demasiado joven para ir dando clases magistrales sobre el verdadero amor. Que sólo me he enamorado una vez y no fue de ti. Que tienes razón. Que no quise estar contigo. Pero lo curioso de todo esto es que no tuve que rechazarte porque ni siquiera lo intentaste. Esperaste en tu torre de marfil a que alguien te salvase de tu vida mediocre y tediosa. Y parece que no te hartas de esperar. Eres de ese tipo de chicas que no saben enamorarse, sino que necesitan desesperadamente sentirse amadas y ser el centro de la vida del otro. Por eso lo nuestro es imposible y ya está. No soy tu príncipe azul ni tu satélite anillado. Te quitaría de mi lista si no tuviese esta malsana necesidad de saber la vida de todas las personas que conozco. Bum. Apretaría el botón rojo y saldrías volando por los aires. Mi atolón del Mururoa. Y tú no te vas porque no tienes nadie más que escuche tus lloros y fracasos diarios. ¿Y ahora qué hacemos? No podemos volver a ser amigos, eso quedó muchos capítulos atrás. Y ambos estamos hartos de reprocharnos lo poco que hicimos por lo nuestro. Hay que pasar página. Podríamos seguir acostándonos, que es lo mejor que hemos hecho. Pero me dirás que no, que te utilizo, que sólo te quiero para sexo. Y es verdad. Ni que fuese algo malo, joder. Deberías sentirte halagada.

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Sais e minerais

Huida hacia delante. Huida hacia delante. Repito una y otra vez mientras corro a velocidad constante sobre el circuito de tartán del Parque Santander. Escuché esa frase en la tertulia radiofónica de las cinco, en boca de un director de cine que describía su obra. Huida hacia delante. Ahora la llevaré en la cabeza unos días, durmiendo bajo la manta gris cerebral. Otro día será una canción al azar; la tararearé y silbaré hasta hartarme. Son mis pequeñas obsesiones diarias. A cada zancada que doy, las llaves repican en el interior del bolsillo del chándal. Sin embargo, siempre ha sido así. Las obsesiones siempre han estado, me han asediado e invadido toda la vida. Y no hay relación entre ellas, simplemente desaparecen para dejar espacio a otras. Debería comprarme unos tenis para correr, estos me hacen daño. Vengo al Parque todas las tardes a las ocho con la intención de desconectar un poco, pero es imposible. Mi cabeza siempre está llena de ideas, imágenes. Flashes. Un grupo de chicos me adelanta como cazas militares. Un pisto de pensamientos: desde qué haré con mi vida hasta qué camiseta me pondré mañana, pasando por la conversación que he tenido esta tarde con una compañera. Reproduzco mi pasado continuamente, revisando posibles fallos. Las tonterías que dije. Las que me callé. La comida de ayer, el despertador de mi mesita cuyas agujas hacen más ruido que la noche anterior. Mi vida se reproduce a una velocidad superior a la normal, desincronizada. Por el momento, soy el único que se da cuenta. Huida hacia delante. Como cuando rebobinas un casete con el botón del play apretado a la vez, y avanza rápido pero no a cámara rápida. Me encantaría hallar la forma de reducir la velocidad de reproducción para escuchar las notas una a una con claridad y exactitud. Impulsos recurrentes y persistentes a 1’2X. Du du duah. No sé respirar bien, enseguida me vendrá el flato y tendré que parar. Mis ojos están clavados en la diminuta sudamericana que corre unos metros delante. Tiene un culo enorme, embutido en unas mallas negras. Suave y cálido como una tarrina de margarina vegetal. Empiezo a pensar en culos y dejo la huida para otro momento. Me pregunto cuánto podría correr hasta perder el sentido. Sudar hasta deshidratarme por ósmosis. Sales y minerales. Llevo cuatro vueltas de un kilómetro y medio cada una. La cita del dentista, preparar la exposición del lunes, la cena con Andrea. Examino cada mañana mi cuerpo frente al espejo en busca de algún lunar exterminador. Un accidente a punto de ocurrir. Huida hacia delante. La última curva la tomo recta y paro en seco junto a una pequeña fuente. El culo en mallas se aleja de mi vista. Mi corazón está haciendo un solo de batería con doble bombo. ¿Y si Andrea está embarazada? Tenía que haberme puesto un condón. Estoy sediento, me tragaría un lago africano con hipopótamos. Necesito aprender a vaciar mi mente, pero eso es difícil con tantas obsesiones y angustias. Y así vivo mareado, llevando una diadema invisible que me aprieta las veinticuatro horas. También debería drogarme menos, claro. Por ahora bebo agua y sabe metálica, como a sangre fresca.

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Mayo del 68

El caso es que, incluso durante las vacaciones, acabo sintiendo irremediablemente la maldita rutina. No sé muy bien por qué sucede esto. Quizá lleve demasiados días aquí, o perdí el factor sorpresa... Lo cierto es que conozco mejor Barcelona que Madrid, o lo que es igual, sé más de Ana que de mí mismo. Llevo años recorriendo sus calles, me siento seguro cuando paseo solo de noche. Y en cierta forma no me veo haciendo otra cosa, no me veo disfrazado de abogado, no me veo de mayor. Mi rutina barcelonesa es diferente a la madrileña, aunque sigue siendo rutina al fin y al cabo. Vamos, que esto es lo de siempre y ya estoy cansado de escribir una y otra vez sobre lo mismo. Los grandes éxitos de ayer y de hoy. Esta mañana nos hemos vuelto a levantar a las tantas y dimos un paseo en bicicleta por el Eixample izquierdo mientras el resto del mundo hacía que trabajaba. Bajamos hasta el Bar Estudiantil con la intención de tomarnos unas claras frente a la Universidad (aquí bebo claras, una característica más de mi yo barcelonés), pero nos topamos con la carga policial contra los estudiantes antibolonia. Unos usaban sus porras para acariciar los riñones de las nuevas generaciones y los otros empleaban las sillas de la terraza del bar como arma arrojadiza. Una imagen diferente para un miércoles por la mañana, la verdad. Definitivamente todo vuelve, hasta la policía a las universidades. A ver si va a ser verdad que el tiempo es cíclico como la economía. Buscamos refugio en la cafetería del otro extremo de la plaza y tomamos unos capuccinos carísimos. Era extraño estar sentado en un sofá de diseño, escuchando jazz mientras veíamos cómo cargaban las Fuerzas de la Autoridad. Los estudiantes corrían gritando de un lado a otro. Pensé que como buen universitario debía defender un futuro mejor y convertirme así en el personaje de una futura canción de Ismael Serrano. Sin embargo, decidí que dejaba la revolución para otros. Nunca se me dio bien correr, ya sea delante de la policía o detrás de alguna mujer. Y Ana ya tiene demasiados pájaros en la cabeza como para que se me convierta en una idealista. Después volvimos a casa y follamos hasta la hora del telediario. Y así todos los días.

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I feel like a part of a book I've read

La sobremesa del sábado es interminable, el segundero del reloj avanza despacio y la ciudad duerme la siesta. Por unas horas no ocurre nada. La sobremesa del sábado tiene un gusto en el paladar a café recién hecho y huele a tabaco en la ropa de la noche anterior. La ciudad es un desierto sin supervivientes, el sol calienta las aceras vacías y hay un silencio de Viernes Santo. Ya podría despertarse el mismísimo Lenin para devorar niños como en una película de serie B, que nadie movería ni un músculo. Todos están en el interior de sus hogares, remoloneando en sus sofás y mirando la tele. Nada es distinto en cuanto a nuestro paraíso de noventa metros cuadrados a orillas del Mediterráneo. Ana hace la siesta en la cama, está cansada. Duerme en diagonal con una almohada entre las piernas. Mientras tanto, aprovecho este momento de tregua para pasear por la casa como si se tratase de la primera vez que estoy aquí. Los platos se apilan en el fregadero, huele a pintura en el cuarto de pintar y los cojines del sofá están tirados por el suelo. Hay un libro abierto sobre la mesa, lo cierro y pongo otro encima para quedarme tranquilo. No vaya a ser que algo salga fuera de su lugar. Termino la visita en el dormitorio y la espío. Lleva un tanga negro que nunca se lo he visto puesto. Me pregunto si soy el primero que lo conoce. Me excita verla así, indefensa. Empiezo a quitarle el tanga lentamente para que no se despierte y me siento un pervertido. Ella cambia de postura y separa las piernas. Sigo bajando el tanga hasta dejarlo por los tobillos. El corazón me late con fuerza. Acerco la oreja a su sexo, como un apache sobre las vías de ferrocarril en el Salvaje Oeste, y escucho. Se oye el mar.

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We’ll destroy this world for you

Buenas tardes. Al hombre del espacio le hubiera gustado ver esto. Como saben, la sonda Kepler de la NASA partió hoy en busca de exoplanetas similares a la Tierra. Hoy es un día histórico y me alegra veros a todos. Conduciendo hasta Cabo Cañaveral, me encontré con un grupo de personas aplaudiendo el exitoso lanzamiento desde Cocoa Beach. Vivimos tiempos oscuros, pero tengo fe en que saldremos de esta una vez más. Somos supervivientes. La misión busca responder uno de los grandes interrogantes de la Humanidad: ¿estamos solos en el Universo? La sonda estudiará uno por uno todos los enormes exoplanetas que estén dando vueltas a una estrella dentro de su zona de habitabilidad. Esto incluye aquellos escombros creados a partir de la detonación de una supernova y que giran alrededor de una estrella muerta. Los científicos en Cabo Cañaveral soñamos con vastos océanos de agua y extraterrestres practicando su estilo de natación. Se utilizará una moderna técnica derivada de la sismología estelar con la que se obtendrá información detallada de cada uno de los planetas, incluyendo su edad. Una especie de datación por los anillos de los árboles. Definitivamente, a mi viejo amigo le hubiera gustado vivir este momento. Estamos confiados. Nos vamos a salvar, encontraremos una nueva casa. Los ojos de la Humanidad van a bordo de Kepler. Hay millones de planetas, alguno tiene que amoldarse a nuestras necesidades. Es simple estadística. Y cuando llegue el momento, estaremos preparados. El traslado se hará según lo previsto en la Conferencia de Helsinki y no dejaremos a nadie atrás. Las mujeres y los niños primero. Hoy no habrá turno de preguntas. Vayan a sus hogares, hagan el amor a vuestras parejas y preparen las maletas. Abrimos las escotillas. Nos vamos.

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Johnny cogió su fusil

Soy el mejor actor del Hemisferio Norte. Poseo tal variedad de registros que no sé cuándo soy yo y cuándo dejo de serlo. En realidad, la mayoría del tiempo me siento como una ONG unipersonal cuyo principal objetivo es conseguir la felicidad de otros, aunque sea por un rato. Uso diferentes máscaras para simular empatía hacia personas que jamás me importarán. Soy el amigo que siempre está, el hijo responsable, la sonrisa de anuncio, el que nunca te dirá que no. Soy un lobo con mil pieles de corderos muertos. La Gran Muralla China. Salvando vidas ajenas conseguiré mi redención. El domingo, por ejemplo, la chica con la que me acuesto de vez en cuando me llamó en mitad de un ataque de nervios. La tranquilicé diciendo que fuese al hotel de siempre, que allí nos veríamos. Pagué yo, y por supuesto que no me apetecía quedar con ella, pero qué puedo hacer. Tampoco ella me quiere del todo dentro de nuestra ecuación de canje. Lo hicimos varias veces en silencio hasta que dormimos. Ese soy yo. Ofrezco segundos de felicidad tan sinceros como la publicidad de la Coca-Cola. Quizá me preocuparía primero por mis sentimientos si tuviese. ¿Crees que puedes llegar a saber qué hay debajo de los fuegos de artificio? Ya te respondo yo: absolutamente nada. Vuelvo a esconder mis remordimientos bajo una máscara más gruesa. Y vuelvo a quedar con otra chica perdida, a besar unos labios que no me desean más allá de esa noche, a regresar a casa solo en el último asiento del autobús nocturno, a quemarme lentamente.

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Mecánica de vuelos

La mayor equivocación en la malograda vida del escritor Armando Cruz fue presentar su primera novela en la editorial Barataria, especializada en nuevas voces. Se trataba de un texto autobiográfico menor, saturado de todos los defectos de las novelas primerizas. Sin embargo, la editorial creyó en él y le ofreció un contrato. Armando no se lo pensó. Dos libros en tres años y el primero ya estaba escrito, parecía sencillo. La publicación fue inmediata, los críticos literarios recibieron la novela con entusiasmo y las ventas superaron cualquier expectativa. Lo invitaron a los mejores cócteles y mesas redondas, pero no iba por vergüenza. Tampoco concedía entrevistas y la editorial supo aprovechar su timidez, creándole una imagen de escritor inaccesible y maldito. Armando pidió una excedencia voluntaria en su trabajo y se dedicó en exclusiva a la elaboración de la segunda novela. El título lo tenía claro: Mecánica de vuelos, el resto debía salir por su propia inercia. Y llegó el segundo error: pidió un adelanto editorial de las ganancias de la futura publicación. Una trampa muy grande de la que no supo escapar. Los días se convirtieron en meses y en estaciones y Armando no podía escribir. Durante el bloqueo, leyó varios manuales de Teoría Literaria y se interesó en la estructura de la novela: el clásico esquema de introducción, nudo y desenlace. El problema estaba en esa zona intermedia, donde está el lector atrapado a menos que lo mates de puro aburrimiento, y a la vez no es tan delicado como el principio y el fin de la historia. Armando pretendía un nudo perfecto y no ese valle que presentan todas las novelas donde la fuerza narrativa va desapareciendo con el paso de las páginas. Quería que el lector se sintiese perdido en esa zona intermedia, que no tuviese muy claro cómo había llegado hasta allí. El clímax en la mitad y que a partir de allí la novela fuese descendiendo de forma suave y agradable hasta el final, como el descanso de los amantes tras una buena sesión de sexo. Más tarde, descubrió que no tenía nada más que decir, había usado todos sus recursos en la primera novela y se sentía vacío. A modo de ejercicio, empezó a escribir postales a sus amistades. En ellas desarrollaba cuentos breves, algunos tenían su continuación en otra postal pero la mayoría eran independientes. Cuando todos sus conocidos tenían una en sus manos, empezó a buscar direcciones en los anuncios de los periódicos, en las agencias matrimoniales y en los foros del ciberespacio. Sus postales llegaron a Ohio y a Valparaíso. El día que se cumplía el plazo para la entrega de la novela, Armando cogió la línea amarilla del Metro hasta Moncloa y accedió al Faro. Subió la estrecha escalera de caracol y llegó al mirador con forma de luna, desde el que pudo estudiar el comportamiento de los universitarios entrando y saliendo de las Facultades. Rompió un cristal y saltó con los brazos abiertos, como un avión. Voló hasta el suelo y su cuerpo permaneció quieto sobre el carril-bici. En la cartera llevaba la documentación caducada y una carta para el juez de guardia. A día de hoy, la editorial Barataria intenta reunir todas las postales, esas pequeñas grandes historias que están diseminadas por el mundo.

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All those frozen strawberries

La comunidad de vecinos nos ha hecho inmensamente felices en el día de hoy. Al llegar al portal con la mochila a rastras me crucé con varios obreros de mono azul y escalera al hombro. Poco después descubrí la novedad: la luz de cada sección del edificio se activa con el movimiento para ahorrar en la factura comunitaria. Qué regalo para unos jóvenes estudiantes faltos de superpoderes. Hemos pasado la tarde subiendo y bajando planta por planta, pisando rellanos de un salto mientras se encendía la luz a nuestro paso, quedándonos quietos hasta conseguir que se apagase y hacerle creer que no estábamos ahí, abriendo lentamente la puerta del ascensor hasta ver cuándo el sensor nos detectaba como si de una nevera se tratase... El resto del día ha sido más aburrido. El profesor llevaba la misma corbata que ayer y la napolitana de la cafetería también era de ayer. Ahora estoy sentado en el parque, viendo cómo corretean los participantes de la Operación Bikini. Una chica diminuta hace fotos con una cámara desechable. Un jardinero municipal, que lleva un mono verde y amarillo, corta las ramas de un plátano hasta darle un aspecto macabro. Una chica atraviesa el parque de lado a lado, da una patada al aire y las palomas vuelan.

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Principio de suficiencia

Marta abre los ojos con dificultad. Suena el despertador de otra habitación y masculla un insulto antes de hundir la cabeza bajo la almohada. Se siente como si estuviese todavía en la fiesta. Su cuarto parece arrasado por una explosión nuclear, incluso las toallas huelen a humo. Es la última vez que mezclo cerveza y aguardiente, se promete a sí misma. Desde la cama observa un vaso de litro casi vacío sobre el ejemplar de las Siete Partidas y piensa en el ataque al corazón que sufriría el catedrático de Historia si lo viese. Marta se estira bajo el nórdico, lleva una camiseta XL del equipo de rugby de su hermano y unas bragas espantosas que usa para dormir. Tiene vagos recuerdos del botellón en la habitación: una conversación con un italiano de Erasmus que movía mucho los brazos al hablar, el enfado de Isa… Más tarde, cuando baje al comedor escondiendo los ojos tras unas gafas de aviador, hablará con las chicas para unir los diferentes arcos argumentales de cada una y completando de esta manera la película de la fiesta. Por un momento piensa en su hermano, en sus padres, en Tenerife y en el día que cogió un avión para irse a estudiar lejos. Está enamorada de Madrid, lo peor que lleva es el frío. Termina por levantarse de la cama y coge un ibuprofeno del botiquín. Levanta un poco la persiana y sorprende a un cernícalo que está picoteando la manzana que dejó ayer en el alféizar. Se sienta en la taza del váter y orina mientras piensa en el italiano, que finalmente no consiguió nada. Las chicas bromean llamándola asexual y estrellita de mar. Y esto le molesta, pero prefiere callar. Quizá tengan razón. Por el momento lo único que desea es que el ibuprofeno haga efecto pronto y que un mago disfrazado de chica de la limpieza se ocupe de eliminar los charcos de alcohol y las huellas negras de zapatos. La primavera se resiste en llegar, en Tenerife no había experimentado el paso de las estaciones y ahora sólo pide que se termine la temporada de frío. Al fin y al cabo, la primavera gusta tanto porque antes está el invierno. Marta baja de nuevo la persiana y contempla su reflejo en el espejo del baño. Tiene el pelo revuelto, las ojeras le llegan hasta los pies. Introduce la mano izquierda por el interior de las bragas y contempla su imagen desafiante.

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