Sais e minerais

Huida hacia delante. Huida hacia delante. Repito una y otra vez mientras corro a velocidad constante sobre el circuito de tartán del Parque Santander. Escuché esa frase en la tertulia radiofónica de las cinco, en boca de un director de cine que describía su obra. Huida hacia delante. Ahora la llevaré en la cabeza unos días, durmiendo bajo la manta gris cerebral. Otro día será una canción al azar; la tararearé y silbaré hasta hartarme. Son mis pequeñas obsesiones diarias. A cada zancada que doy, las llaves repican en el interior del bolsillo del chándal. Sin embargo, siempre ha sido así. Las obsesiones siempre han estado, me han asediado e invadido toda la vida. Y no hay relación entre ellas, simplemente desaparecen para dejar espacio a otras. Debería comprarme unos tenis para correr, estos me hacen daño. Vengo al Parque todas las tardes a las ocho con la intención de desconectar un poco, pero es imposible. Mi cabeza siempre está llena de ideas, imágenes. Flashes. Un grupo de chicos me adelanta como cazas militares. Un pisto de pensamientos: desde qué haré con mi vida hasta qué camiseta me pondré mañana, pasando por la conversación que he tenido esta tarde con una compañera. Reproduzco mi pasado continuamente, revisando posibles fallos. Las tonterías que dije. Las que me callé. La comida de ayer, el despertador de mi mesita cuyas agujas hacen más ruido que la noche anterior. Mi vida se reproduce a una velocidad superior a la normal, desincronizada. Por el momento, soy el único que se da cuenta. Huida hacia delante. Como cuando rebobinas un casete con el botón del play apretado a la vez, y avanza rápido pero no a cámara rápida. Me encantaría hallar la forma de reducir la velocidad de reproducción para escuchar las notas una a una con claridad y exactitud. Impulsos recurrentes y persistentes a 1’2X. Du du duah. No sé respirar bien, enseguida me vendrá el flato y tendré que parar. Mis ojos están clavados en la diminuta sudamericana que corre unos metros delante. Tiene un culo enorme, embutido en unas mallas negras. Suave y cálido como una tarrina de margarina vegetal. Empiezo a pensar en culos y dejo la huida para otro momento. Me pregunto cuánto podría correr hasta perder el sentido. Sudar hasta deshidratarme por ósmosis. Sales y minerales. Llevo cuatro vueltas de un kilómetro y medio cada una. La cita del dentista, preparar la exposición del lunes, la cena con Andrea. Examino cada mañana mi cuerpo frente al espejo en busca de algún lunar exterminador. Un accidente a punto de ocurrir. Huida hacia delante. La última curva la tomo recta y paro en seco junto a una pequeña fuente. El culo en mallas se aleja de mi vista. Mi corazón está haciendo un solo de batería con doble bombo. ¿Y si Andrea está embarazada? Tenía que haberme puesto un condón. Estoy sediento, me tragaría un lago africano con hipopótamos. Necesito aprender a vaciar mi mente, pero eso es difícil con tantas obsesiones y angustias. Y así vivo mareado, llevando una diadema invisible que me aprieta las veinticuatro horas. También debería drogarme menos, claro. Por ahora bebo agua y sabe metálica, como a sangre fresca.

Bookmark the permalink . RSS feed for this post.
Todos los derechos reservados. Con la tecnología de Blogger.

Search