Vuelvo en mí

Era tarde y estábamos sentados en la fuente de la Plaza Real, bebiendo cervezas y observando a la gente. Llevamos años haciendo esto y no se nos ocurre mejor plan para las tardes de domingo. Es una buena forma de evitar la tristeza de quien sabe que mañana tendrá que encerrarse en una oficina con tarados vestidos de traje. Ya sabes, tenemos esa edad en que absolutamente todo nos aburre o nos desespera. Nada funciona a la velocidad que debería ir. Por ese motivo, me gusta esta costumbre de juntarnos para repasar la semana. Saludamos por su nombre a los tres chavales que roban a los inocentes turistas. El más joven de ellos me recuerda a mi sobrino. A un par de metros de la fuente, una pareja discutía por aburrimiento y él movía las manos delante de ella como si sostuviese el peso de una montaña. Hay días que parece que Barcelona está llena de extras de una película de bajo presupuesto. Otra cerveza más y luego un shawarma por el Raval y a casa. Hablamos de la fiesta de anoche, a la que llegamos terriblemente tarde y sólo quedaban las gordas. Siempre llegamos antes o después, nunca llegamos en el instante adecuado. Le dije que estaba mirando un piso con calefacción. “Qué mayor estás”, dijo. Nos reímos en alto.

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La singularidad

Ya no queda nadie en casa. Son entre las seis y las siete de la tarde del último domingo de abril. Sobre la mesa de la cocina, hay una porción de tarta de zanahoria a medio comer. En el balcón, se está secando la colada de sábanas. La televisión está encendida con el volumen alto. Un presentador demacrado con fuerte acento escocés informa que la Alianza no ha podido detener el avance. Seguidamente, da paso a una infografía que detalla el escenario inmediato, usando colores para describir el rango de destrucción. Hay juguetes de bebé desperdigados por el suelo del salón y la puerta de la casa está abierta. El depósito de comida del hámster está lleno. En la calle se suceden bocinas y gritos en diferentes lenguas. Nadie se explica qué ha pasado, dijeron que la Alianza evitaría el desastre como siempre han hecho. No hay ruedas de prensa ni planes de evacuación. La temperatura sigue subiendo y el cielo tiene un siniestro color naranja. De golpe, el fin del mundo abandona el patrimonio de Hollywood y regresa a nuestras manos por unas horas.

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El problema

La escena sucede de noche, en un populoso restaurante japonés del barrio. Ella mira el reloj cuando ama, necesita saber cuánto tiempo está perdiendo en ello. El problema de él es bien distinto: no habla por timidez, así que bebe más rápido que ella. Y cuantas más copas tenga en el estómago, más ganas tendrá él de abandonar esta farsa, huir corriendo y tirar el móvil por el primer puente que encuentre. Ella lleva los labios pintados de rojo Lucifer. Él reza en silencio para que ella también esté casada y que el posible romance no le cause demasiados problemas. Ambos necesitan salir de la rutina y vivir aventuras para valorar lo que tienen. Ella vuelve a mirar el reloj y bosteza. A través del móvil, él parecía más interesante y hablador. Y tenía más pelo. Definitivamente, las palabras son una materia prima extraña. Tanta tecnología y al final todo se reduce a compartir las sábanas. Sentirse viva, sentirse menos sola. Nuevos planes, idénticas estrategias. Él pide una copa más y su borrachera es evidente. La catástrofe es inevitable.

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La naturaleza confusa

Sonaba King Of The World de First Aid Kit. Sonido country mientras me enfundé los desgastados vaqueros de pitillo, la camisa roja de cuadros sin planchar y las botas de mil leguas negras casi grises. Víctor organizaba una fiesta en su casa por su cumpleaños y despedida de piso. Se marcha a vivir con la mujer de su vida. Esta en la cuarta vez que lo hace. Mientras me despeiné a propósito y atusé la ligera barba que ya no irrita, pensé si lo dirá una quinta vez. Sinceramente, he de reconocer que Laura es una rubia con la que me iría a vivir todas las veces que hicieran falta. También pensé en ti y en la última vez que abandonaste esta casa para no volver. Me pasa cada vez que agarro el pomo de la puerta principal antes de salir a la calle. Diría que ese pomo es lo único que nos une actualmente.

La casa de Víctor estaba hasta los topes. Los chicos en cónclave, liando cigarros y arrugando las latas vacías de cerveza. Las chicas habían tomado asiento, como hacías tú para no cansarte de estar subida en aquellos tacones rojos. Cerveza, humo celestial, cortezas aplastadas en el suelo y diversas conversaciones a la vez. Me acerqué a la cocina y allí estabán Victor y Laura cortando limas para los mojitos. Me abrazaron y me dan las gracias por haber venido. Lo cierto es que hoy es la primera vez que salgo de mi letargo post-ruptura. Han sido unas cuatro semanas intensas de series de televisión, unos seis cartones de tabaco, cincuenta latas de Skol, libros que me regalaste y no leí hasta que me dejaste y una media de dos pajas por día, aunque hubo semanas de una o ninguna. La fiesta de Víctor me ayudaría a volver a la vida real.

Allí estaban todos, como si en tres meses no hubiera pasado nada más importante en el mundo que lo nuestro. Ángel contaba sus chistes malos mil veces repetidos, Ana ya estaba súper pasada e iba de charla en charla a ver quién se ofrecía esta noche a ser devorado en su cama. Eructos. Irrupciones de las mejores canciones para anularlas con tonterías de Youtube de gente cayéndose. El mundo sigue como siempre, salvo yo. Sólo tenía ganas de huir de la escena. Me dirigí a la habitación de los invitados, donde se encontraban los abrigos y chaquetas. Quise agarrar mi chaqueta e irme por donde vine. Allí estaba Victor, en la oscuridad de la habitación. Su camiseta de Miami Vice amarilla relucía con la luz del pasillo. De rodillas, frente a la polla de Roberto, entrando y saliendo de su boca. "¡Cierra la puerta, tío!" dijo uno de ellos. Sólo atiné a coger mi chaqueta torpemente y a cerrar aquella puerta de golpe. Laura me interceptó por el pasillo y me pidió que no me marchase ya pero le respondí que sí, imagino que con cara pálida y tragando saliva. Le abracé y corrí escaleras abajo, persiguiendo el aire helado que me esperaba al salir del portal.

Yendo a casa comprendí que habría una quinta Laura en la vida de Víctor y que esta noche no serían tú ni tu ausencia quienes me quitarían el sueño. Joder.

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Immortels

Hoy no salimos de casa. La cama está deshecha y la lavadora centrifuga nuestros uniformes. Al otro lado de la ventana, la calle vacía de un domingo gris. Estoy en el sofá del salón, haciendo un crucigrama imposible de resolver. Levanto la mirada y allí están tus ojos, mirándome como llevas haciendo todo este tiempo. Pienso en cómo llegaste a mi vida, o cómo llegué yo a la tuya y me parece fantasía de la que se improvisa en un cuentacuentos. Y también me parece increíble lo fuertes que somos, junto a ti mis miedos son más pequeños y menos feos. Quisiera creer que estábamos destinados a encontrarnos en este mundo, a pasar los días así, el uno frente al otro, pero mi naturaleza científica atribuye todo esto a la arbitraria casualidad. No digo nada, claro. Sencillamente me quedo en silencio admirando tus ojos vivaces, y me preguntas divertida que qué me pasa. Tengo deseo de besarte. La radio está encendida y nuestro equipo vuelve a perder el campeonato. A tu lado, tiemblan los domingos.

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