La escena sucede de noche, en un populoso restaurante japonés del barrio. Ella mira el reloj cuando ama, necesita saber cuánto tiempo está perdiendo en ello. El problema de él es bien distinto: no habla por timidez, así que bebe más rápido que ella. Y cuantas más copas tenga en el estómago, más ganas tendrá él de abandonar esta farsa, huir corriendo y tirar el móvil por el primer puente que encuentre. Ella lleva los labios pintados de rojo Lucifer. Él reza en silencio para que ella también esté casada y que el posible romance no le cause demasiados problemas. Ambos necesitan salir de la rutina y vivir aventuras para valorar lo que tienen. Ella vuelve a mirar el reloj y bosteza. A través del móvil, él parecía más interesante y hablador. Y tenía más pelo. Definitivamente, las palabras son una materia prima extraña. Tanta tecnología y al final todo se reduce a compartir las sábanas. Sentirse viva, sentirse menos sola. Nuevos planes, idénticas estrategias. Él pide una copa más y su borrachera es evidente. La catástrofe es inevitable.
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I’ll fall for you soon enough.
I resolve to love.
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