Archive for octubre 2014

Recetas de casquería

Era viernes de entrega salarial y, además de recibir el sobre, a José Luis le pidieron que aguardara unos minutos más cuando el resto de colegas dejaran atrás el despacho del gerente. Ya se conocía la charla: La crisis, las cuentas, Fernández ha tenido mellizos con lo mal que va todo, la competencia, y en el periódico no hacen más que hablar de lo que pasa en las calles, hay que hacer algo, bla bla bla. Recolocación, con lo mal que suena eso.

En resumidas cuentas, José Luis dejaría de trabajar en las oficinas y sería reubicado en primera línea de batalla: la línea de deshuesado. Cambiaría el traje de ejecutivo y corbata regalada en el Día del Padre por delantal de plástico y gorro blanco para esconder su calvicie. Adiós al olor de la tinta y al motor quemado del ordenador, hola al olor a la carne cruda y a las vísceras. El teclado por el cuchillo. Un despacho con vistas por una sala a -3 grados sin ventana. Una esposa despreocupada en la peluquería por una esposa preocupada en casa. Genial. El futuro está en China, expuso el gerente con voz de pito. Palmadita y disfruta del fin de semana. El lunes, tras la tragedia laboral, José Luis comenzó en su nueva sección. Hombres en sus sesenta, chavales de diecisiete. Honorato hizo lo propio a su nombre y fue presentando a los nuevos compañeros, los cuales, cuchillo en mano, alzaron la mano sin mirar al nuevo. Pedro, el Chiki, Paco, Miroslav, Andrei, Antonio, Winston, Armando, Lenin y Stalin... ¿Lenin? ¿Stalin? No pudo contener la carcajada al escuchar sus nombres y ellos se miraron entre sí, miraron seguidamente al nuevo, no dijeron nada, no rieron.

Quizás es un mote, quizás se llevan mal entre sí. Honorato le dijo que eran de Honduras y Guatemala y que no sabían quienes fueron esos personajes históricos con los que todo el mundo les hace broma. Al resto le da igual, sólo quieren empezar a cortar chuletas y secretos como robots programados. Poco después, tras varios cortes accidentales, José Luis pensó que no nació para cortar y envasar carne. Ni para levantarse a las cinco y media de la mañana, pero merecía la pena todo eso sabiendo que trabajaba con Lenin y Stalin, que ambos portaban un cuchillo en la mano y que no entendían nada de lo que estaba ocurriendo en las calles de aquella ciudad en llamas.

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Cierra la puerta y toma asiento

Hay ciertas personas que son lo que parecen. Ella tiene sonrisa permanente y energía a prueba de bombas. Tiene un superpoder pero no ha venido a salvar el mundo. Sin segundas intenciones, sin trampa ni cartón. Ella no te echará en cara que sólo le llames cuando no tengas a nadie más. Ni siquiera te comentará esa gansada de que si fuese mala, le iría mejor. Sacúdete los zapatos y olvida tus prejuicios en la puerta, acostumbra a decir mientras se aparta nerviosamente el flequillo de los ojos. Hay que omitir todo deseo de proyectar la responsabilidad sobre los otros de tus propios errores.

Tiene más años de los que dice y le molesta horrores que siempre le pregunten lo mismo. Encima llega el duro invierno y la casa está muy fría por las noches. Espera a ese chico que le mire a los ojos y le susurre “abrígame con tu sol”. Y cuando aparezca, ella atacará con el arrojo de una horda de vikingos. Por el momento, sigue el método científico: hipótesis, experimento y conclusión. Es decir, capacidad de sugestión a base de una mirada construida a fuerza de derrotas cotidianas. Así es ella. Así nunca será él. No obstante, ella no lo sabe. O se hace la tonta y sonríe. Necesitaría un océano de fuerza para no destruir de un plumazo lo que queda por venir.

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Ahora sabes

Pasó agosto como mera espectadora de la supuesta boda del año, tediosos cumpleaños de algunos y vacaciones en la Gran Manzana de los otros. Un verano más sin estrenar bikini. Se olvidó del tacto de su pareja, su saliva en la boca, la tristeza de su barba despoblada, su voz áspera sin mucho cuento. Se le olvidó por completo que la protagonista podría ser ella, quizás por unas horas, quizás en otras fechas más vacías de eventos. De la despreocupación su cuerpo tampoco quiso jugar a ser mujer ese ciclo. Otro mes para olvidar, otro mes sin recuerdo. Llegó septiembre, el ruido, la rutina, las tasas de desempleo, los nuevos propósitos postvacacionales, el amante volvió a la ciudad y todas esas cosas que suelen pasar en septiembre. Todo ello menos la mensualidad divina. "¿Hace cuánto que no follas?", preguntó el amante apurando una cerveza en el Otto. Le provocó risa sus dudas. Quizás la pregunta "¿hace cuánto que no follamos?" hubiera sido más acertada. Aún así, se dirigió a una farmacia y pidió el primer test de embarazo de su vida, aquel que si salen dos rayas rojas tienes premio, si sólo una hay premio de consolación. Ya en casa preparó el ritual, sin prisas, y tras tres minutos de espera sentada en el retrete, con su novio mirándola a la derecha, el amante a la izquierda, el resto del mundo agitando las manos en el aire, por fin se dio cuenta de que el espíritu santo, el único que podría tomar cartas en el asunto, no quiso esta vez hacerla madre ni protagonista.

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