Archive for diciembre 2014

Variedad de Calabi-Yau

Quise hacer de estas fechas una Navidad fuera del Grinch que me caracteriza. Ver lo bonito que tengo, valorar mis amistades y mi familia, dejar los rencores y las malas vibraciones a un lado para despedir con calma y satisfacción el peor año de la historia. Por el bien de ambos, por el bien propio.  Y yo no sé qué te ocurrió este verano en Baltimore, que ya no has vuelto a ser el mismo.¡Pffffff! Mira que lo he intentado. Sonreír con la mirada perdida y asintiendo a nosequé cosa que me estabas contando. Quedar en masa con gente que no veo hace meses y que solo hablan de ellos mismos durante horas y cierran con un "bueno-tú-qué-tal", como si importara. Aunque visto lo visto, lo prefiero. Ir a esa cena ridículamente cara en lo alto de la ciudad con todas ellas mirándome, sintiendo sus comentarios en off con su mirada sobre mi aspecto descuidado mientras vosotros no podíais aparcar el tema laboral degustando el bogavante del que sentí pena, por cierto. Poner cara de sorpresa al recibir tu inútil e inapropiado regalo de Navidad, comprado a última hora en la joyería de la Rambla. Jamás deseé un reloj Cartier con sus piedras incrustadas ¿El tiempo es oro? ¿Quizás te arrepientes de algo y lo pagas con joyas? ¿Quizás es demasiado tarde? Un reloj carísimo que irá a la caja fuerte en dos días... ¿Y qué me dices de cenar con tus padres? Han pasado dos años desde que estamos juntos y tenía que ser ahora cuando decidiste presentarme a tu familia, por fin. ¿No podrías haber esperado a otro momento que este que odio tanto y me recuerda lo infeliz que soy? Porque soy un complemento, una actriz secundaria en cada situación, la adorable niña perdida, de sonrisa permanente aunque reina de la desidia. Aún así, brindemos por el año de puro teatro. Hagamos el acto final como se merece. Besemos a padres, hermanos, cuñados y suegros. Abracémonos fuerte y sin pausa. Disfracemos la realidad entre Moët y chocolate suizo. Quitémonos los zapatos de aguja y bailemos descalzos como si me quisieras. Como si yo te hubiese querido alguna vez. Porque yo no sé si podré aguantar otra Navidad más, ho-ho-ho!

Deja un Comentario

Postales de Navidad sin enviar

A estas alturas de año, siempre pienso que alguien debería haberme salvado antes. Estoy de pie, decorando el árbol eterno. Luego vendrán las listas: lo mejor del año, lo que hay que olvidar, los nuevos propósitos para el 2015. Las bolas doradas, el bastón de azúcar. Las sonrisas en las fotografías. La botella de cava y los brindis al sol. Antes creía saberlo todo y eso me hacía mayor. Ahora que soy viejo, encuentro divertido no enterarme de nada. El único triunfo parcial que disfruto: no escribirle en estas fiestas. El sabor de ignorar a quien sólo desearías el peor 2015 posible. Esta mañana he recibido su tarjeta y la he lanzado al cubo de la basura sin abrirla. No acostumbro a leer a quien no quiere mirarme a los ojos. Tengo pendiente comprar los regalos del niño y hacer las llamadas de compromiso a los queridos y conocidos. Me sorprende que todavía recuerde la dirección de donde huyó como quien se escapa del mismo diablo. Convertí nuestro hogar en la penumbra. Al menos no se llevó el árbol eterno, que hoy lo cubro de adornos pero que en el pasado ardió como una tea… Se hace de noche tan rápido, no puedo detenerlo. Por el momento, no me ha visitado ningún espíritu de las navidades pasadas, presentes o futuras para puntear mis fallos. ¿Cómo fue mi 2014? No sé, alguien debería haberme salvado antes.

Deja un Comentario

El cuento del garbanzo

Ha vuelto a pasar: tengo un frío de mil demonios. ¡Pero si me puse hasta el gorro de lana! Las manos ya han comenzado a agrietarse, apunto de sangrar como cada diciembre. Sólo pienso en llegar a casa, quitarme rápidamente la ropa y de puntillas perderme en la ducha. Y ponerme ese pijama tan viejo y peludo que tanto odias. Super Furry Ball. Es una pena que no estés para verlo y me hagas burlas con tu gracioso acento. Pero no estás aquí, algo que me repito continuamente para creérmelo. Alcanzo el enorme llavero con forma de elefante del bolso y ya estoy en el castillo. Tras las dos puertas de metal, me reciben las pelusas, el polvo, el olor a perro mojado y las causantes del mismo, moviendo el rabo. La felicidad. Porque es llegar a casa y no obtengo saludos o preguntas sobre qué tal fue el día, con quién he estado, cómo fueron las clases con los niños o qué tal va esa tos que arrastro desde hace unas semanas. Tengo un padre que vive frente a un televisor HD a 32 de volumen, y no sé muy bien si realmente la ve o si piensa en otra cosa con la mirada perdida en los anuncios. Hoy quizás lo encuentre dormido con las gafas torcidas y la boca abierta. O quizás encuentre un padre que suelte un tienes-que-hacer-X ahora mismo, ya, sin decir hola-qué-tal. Entro en casa y me recibe con un tienes-que muy grande que me cabrea, me hace resoplar y bajo la cabeza. Tengo-que porque tú no sabes-hacer-que. No hay ducha calentita, ni pijama feo, peludo y viejo. Yo tampoco sé hacer muchas cosas, como decir que no, posponer intereses ajenos, pensar en mí en vez de en el mundo, levantarme antes de las 8, escribir con la mano izquierda o escaparme a Barcelona y construir un cuento. Casi 33 años. Tengo ideas negras en mi mente. El paraíso puede esperar.

Deja un Comentario

Aren't you every bird on every wire?

"Tengo una vista en Málaga, a primera hora. Tomaré vuelo de las 6.40 de la mañana. No te preocupes, llevo mis pastillas químicas en el bolsillo izquierdo de la americana. Te llamo para el desayuno. Buenas noches y descansa". Desconexión de datos. Del 8% a la carga óptima. Seis horas después, estirando el brazo, comprobé como cada día que no estabas en el lado derecho de la cama. Y una vez resueltas las preguntas espacio-temporales repasé tu agenda antes que la mía. Llevo ocho años pensando antes en ti que en mí. Total, lo mío es lo de siempre. Casa-compras-cocinar-perras-clases-casa-televisión- y tú. Málaga. Creo que sólo estuve una vez haciendo noche tras un viaje desde Irlanda. Sólo recuerdo grandes avenidas, la estación al lado de mi hotel y mosquitos, cientos de mosquitos. Aquel olor a sal. "Me vuelvo en tren. Pasa por tu ciudad a eso de las 15.43h. ¿Nos vemos?" Apuré el vaso de zumo de naranja y dejé mi rutina diaria para el día siguiente. ¡Por fin te vería, tres meses después! Creo que pasé dos horas buscando el vestuario adecuado y evitar ir vestida de negro como de costumbre, sino bonita, alegre, feliz de verte. 15.00h. Corrí a la estación quizás saltándome algún semáforo. De la espera, casi compré un billete a la siguiente ciudad para viajar contigo parte de tu trayecto. Y besarte, cogerte de la mano, olerte. Pero tu sensatez y la calma tras tu victoria en el juicio me decían por teléfono que no hiciera locuras. 15.35h. Me describías el paisaje mientras llegaba el tren. Un polígono industrial con chimeneas verdes, un pueblo con una torre de cúpula plateada que brillaba con el sol, la franquicia de deportes a las afueras de la ciudad... 15.43h. Frenó el tren, se abrieron las puertas, me llamaste nuevamente: tu compañero de asiento, dormido, no te dejaba salir al andén a lanzarme un beso. Reí nerviosa desde el otro andén, te saludé aunque no sabía muy bien a qué ventana hacerlo pues la opacidad no dejaba ver quien iba dentro. No te vi pero te sentí. Oí tus indicaciones de dónde estabas sentado y me posicioné a la altura de la ventana donde pusiste tu mano que a penas percibí... Ahí estabas, a treinta metros, invisible, diciéndome lo guapa que estaba de verde, blanco y rojo. Pasaron los dos minutos de parada técnica del tren lanzadera y a mi me parecieron cinco segundos. No te vi. No te besé. No cogí tu mano. No vi tus ojos, ni recibí tu beso volador. El tren se puso en marcha y cuando me di cuenta ya no se veía tu vagón en el horizonte y la llamada se había cortado. La cita más rara y breve de nuestra historia. Un día de diciembre. Andén 2. Llorar y llorar.

Deja un Comentario
Todos los derechos reservados. Con la tecnología de Blogger.

Search