Mecánica de vuelos

La mayor equivocación en la malograda vida del escritor Armando Cruz fue presentar su primera novela en la editorial Barataria, especializada en nuevas voces. Se trataba de un texto autobiográfico menor, saturado de todos los defectos de las novelas primerizas. Sin embargo, la editorial creyó en él y le ofreció un contrato. Armando no se lo pensó. Dos libros en tres años y el primero ya estaba escrito, parecía sencillo. La publicación fue inmediata, los críticos literarios recibieron la novela con entusiasmo y las ventas superaron cualquier expectativa. Lo invitaron a los mejores cócteles y mesas redondas, pero no iba por vergüenza. Tampoco concedía entrevistas y la editorial supo aprovechar su timidez, creándole una imagen de escritor inaccesible y maldito. Armando pidió una excedencia voluntaria en su trabajo y se dedicó en exclusiva a la elaboración de la segunda novela. El título lo tenía claro: Mecánica de vuelos, el resto debía salir por su propia inercia. Y llegó el segundo error: pidió un adelanto editorial de las ganancias de la futura publicación. Una trampa muy grande de la que no supo escapar. Los días se convirtieron en meses y en estaciones y Armando no podía escribir. Durante el bloqueo, leyó varios manuales de Teoría Literaria y se interesó en la estructura de la novela: el clásico esquema de introducción, nudo y desenlace. El problema estaba en esa zona intermedia, donde está el lector atrapado a menos que lo mates de puro aburrimiento, y a la vez no es tan delicado como el principio y el fin de la historia. Armando pretendía un nudo perfecto y no ese valle que presentan todas las novelas donde la fuerza narrativa va desapareciendo con el paso de las páginas. Quería que el lector se sintiese perdido en esa zona intermedia, que no tuviese muy claro cómo había llegado hasta allí. El clímax en la mitad y que a partir de allí la novela fuese descendiendo de forma suave y agradable hasta el final, como el descanso de los amantes tras una buena sesión de sexo. Más tarde, descubrió que no tenía nada más que decir, había usado todos sus recursos en la primera novela y se sentía vacío. A modo de ejercicio, empezó a escribir postales a sus amistades. En ellas desarrollaba cuentos breves, algunos tenían su continuación en otra postal pero la mayoría eran independientes. Cuando todos sus conocidos tenían una en sus manos, empezó a buscar direcciones en los anuncios de los periódicos, en las agencias matrimoniales y en los foros del ciberespacio. Sus postales llegaron a Ohio y a Valparaíso. El día que se cumplía el plazo para la entrega de la novela, Armando cogió la línea amarilla del Metro hasta Moncloa y accedió al Faro. Subió la estrecha escalera de caracol y llegó al mirador con forma de luna, desde el que pudo estudiar el comportamiento de los universitarios entrando y saliendo de las Facultades. Rompió un cristal y saltó con los brazos abiertos, como un avión. Voló hasta el suelo y su cuerpo permaneció quieto sobre el carril-bici. En la cartera llevaba la documentación caducada y una carta para el juez de guardia. A día de hoy, la editorial Barataria intenta reunir todas las postales, esas pequeñas grandes historias que están diseminadas por el mundo.

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