Postales de Navidad sin enviar

A estas alturas de año, siempre pienso que alguien debería haberme salvado antes. Estoy de pie, decorando el árbol eterno. Luego vendrán las listas: lo mejor del año, lo que hay que olvidar, los nuevos propósitos para el 2015. Las bolas doradas, el bastón de azúcar. Las sonrisas en las fotografías. La botella de cava y los brindis al sol. Antes creía saberlo todo y eso me hacía mayor. Ahora que soy viejo, encuentro divertido no enterarme de nada. El único triunfo parcial que disfruto: no escribirle en estas fiestas. El sabor de ignorar a quien sólo desearías el peor 2015 posible. Esta mañana he recibido su tarjeta y la he lanzado al cubo de la basura sin abrirla. No acostumbro a leer a quien no quiere mirarme a los ojos. Tengo pendiente comprar los regalos del niño y hacer las llamadas de compromiso a los queridos y conocidos. Me sorprende que todavía recuerde la dirección de donde huyó como quien se escapa del mismo diablo. Convertí nuestro hogar en la penumbra. Al menos no se llevó el árbol eterno, que hoy lo cubro de adornos pero que en el pasado ardió como una tea… Se hace de noche tan rápido, no puedo detenerlo. Por el momento, no me ha visitado ningún espíritu de las navidades pasadas, presentes o futuras para puntear mis fallos. ¿Cómo fue mi 2014? No sé, alguien debería haberme salvado antes.

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