Archive for enero 2010

And I've done things in small doses

Ahora que nos hemos convertido en nuestros padres. Ahora que nos hemos traicionado. Ahora que todo va tan rápido. Ahora que tenemos novia. Ahora que no fumamos porros en el banco frente al instituto. Ahora que nos preguntan nuestra opinión. Ahora que llevamos traje y nos vendemos. Ahora que somos hombres de provecho. Ahora que llevamos corbata. Ahora que sabemos que nunca seremos los mejores. Ahora que descubrimos que no quisimos ser los mejores. Ahora que ya no nos vemos. Ahora que tomamos café de máquina. Ahora que cuentan con nosotros como gente respetable. Ahora que nuestras novias no son las chicas de revista con las que soñábamos. Ahora que no seremos estrellas del rock. Ahora que no jugamos al fútbol en el parque. Ahora que vamos al teatro. Ahora que nos limpiamos los zapatos. Ahora que somos el tipo de hombre que siempre nos dio asco. Ahora que no tenemos ni puta idea de qué nos va a pasar.

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Lo podrido de aquí y de Dinamarca

Las comparaciones son odiosas, pero a veces se hace imposible evitarlas. Y no son malas, el problema es cuando tú eres una de las partes a confrontar y sales perdiendo. No sé, mira, tampoco es para ponerse así. Además, no hay nada más estúpido que buscar un sentido a cada acción, una respuesta a cada porqué. Pero en fin, ya está hecho, no hay nada más que hacer aquí. Deberías saber que en toda historia siempre hay una tercera persona, y que hasta la mujer más fea del mundo tiene un exnovio. Y sí, él siempre será mejor que tú en todo. Él llegó primero, ella se enamoró de él con una intensidad que tú no podrás alcanzar ni en cien vidas, él la tiene más grande. Y es así, siempre ha sido así. Llevas toda la vida viendo cómo ellas hablaban más de su anterior relación que de vosotros, preguntándote si hablarán tan bien de ti cuando ya no estéis juntos. Pero no te valía tenerla, querías ser el primero de todas sus listas y eso pudo contigo. Mira que te lo intenté explicar, que olvidases cualquier comparación. Y tú fuiste tan estúpido... ¿Qué esperabas? ¿Que lo borrase de su vida de un plumazo? Un cambio de registro, un lavado de cerebro. O quizá que desapareciese para no volver. Que no sentiría un escalofrío cuando viese una foto suya. ¿Creíste que no volverían a cruzarse, que no volverían a llamarse? Se llama dependencia emocional, un concepto que tú jamás has conseguido que ninguna chica experimentase. Y por cierto: las manchas de sangre, como las de tinta de bolígrafo, desaparecen con leche caliente.

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Fotografías de una vida que no nos pertenece

Tenemos la obsesión de intentar entenderlo todo y lo que es aún peor: conservar, etiquetar e interpretar cada fenómeno que pasa ante nuestros ojos. Yo no soy así. Por eso no me gustan las fotografías, terminas calificando unas vacaciones por el número de instantáneas divertidas que llevas en tu memoria virtual. Coge esta imagen como ejemplo. Una escena congelada, una plaza llena de niños. Quizá haya un colegio cerca y es la hora del recreo. Dos niños compiten en una carrera desigual en los bici-patinete metros lisos, otras conversan junto a la fuente y los más listos buscan la merienda en los bolsos de sus madres. Aunque claro, tu mirada se habrá detenido en primer lugar en la batalla del centro de la imagen, entre el niño esquimal y la chica de la falda. Y con un pestañeo apostarías a que la chica busca en los bolsillos del esquimal las golosinas que éste le prometió a cambio de subirse la falda en los baños de la escuela minutos antes. Para entonces las madres ya habrán intervenido, terminando con la pelea sin tiempo para una siguiente fotografía. Ya está, todo resuelto. Una historia con nudo y desenlace, aplausos. Pero te olvidas de que la vida es ese intervalo que va entre una instantánea y otra. Y que nada es como parece. No somos más que fragmentos, pelusas si me lo permites.

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I was the only one left at the right time

Llevo tres días esperando una llamada. Un sí, un no. La incertidumbre, esa vieja amiga que llevaba tiempo sin dar noticias. Vuelvo a experimentar el pánico que me supone el depender de otras personas. Paso horas con la vista clavada en el teléfono aunque no suene. Y eso me anula para todo lo demás. Mi mujer está preocupada por mí, pero lo entiende. Ha dispuesto velas alrededor del cuadro de la Virgen y me dice que saldrá bien. Ella cree en esas cosas, yo no mucho. Mientras espero, leo un ensayo sobre la personalidad kalkiana y los cinco centros de la máquina humana. Es la obra de un lunático charlatán, su retrato ocupa la contraportada del libro. Debe de tener una voz magnética. El fondo y el trasfondo. Me siento identificado con la imagen del hombre atiborrado de teorías, aletargado. Heroína en forma de dogma. Es un buen libro, sí señor. Me gusta este lunático. Son ideas simples, no habla de seres extraterrestres que han llegado para enseñarnos la verdadera fe. Leer sus palabras me permite suavizar el miedo a que el teléfono por fin suene. Es como si llevase meses acostado en este sofá roto. Estoy en un momento en mi vida en que seguiría a cualquiera, sería la mano derecha del primer gurú que me lo pida. Porque tiene que sonar, antes o después. Lo malo es no saber cuándo. Esa espera donde cada segundo se dilata. Uno acaba deseando que le digan que no, aunque sea para terminar con la incertidumbre. Y si me dicen que no, me muero. Se haría la noche. Entonces desearía que llegasen los extraterrestres, pero no de los mesiánicos sino de los malvados y verdes. Que no nos guíen. Que nos lo hagan pasar mal. Como en una película del perturbado Lars Von Trier.

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