Pedro y las desapariciones

Las tijeras cortan el papel. El papel cubre la piedra. La piedra rompe las tijeras. Nadie gana.
Está siendo un noviembre excesivamente cálido en Barcelona. Es un buen comienzo, no dice nada y es algo, una perfecta conversación trivial con un conocido. El tiempo afecta a todos y cualquiera sabe diferenciar un sol de una nube sin producir una disputa. En realidad no es así, pero no sabría cómo comenzar a escribir, y esto es aplicable al ejemplo de la charla. Una pequeña introducción de no decir nada.
Si esta imaginaria charla se produjese en la calle, no mirarías a los ojos a tu receptor, sino que clavarías la mirada en el suelo y avanzarías contando las baldosas, haciendo discretos movimientos de L como un caballo de ajedrez. Pero es importante que no se dé cuenta de lo que sucede. Tiene que creer que eres normal y te gusta hablar del frío de Barcelona y compararlo con la humedad isleña.
Cuando tienes una conversación de este tipo con un compañero que ves todos los días en el mismo sitio, te preguntas si tiene más vida aparte de esos cinco minutos incómodos a tu lado o es un muñeco de feria que alguien coloca ahí religiosamente y luego guarda en el armario. ¿Qué hará después? ¿Y la repartidora del periódico gratuito que siempre te dice buenos días y tú le intentas regatear pero ella te clava el diario en el esternón sin cambiar su sonrisa? La mayoría de la gente no se fija, coge el periódico y sigue caminando con sus caras de plástico y desconocen que esa chica desaparecerá tras su cometido hasta que la mañana siguiente le coloquen de nuevo en su casilla.
No se juega, por eso no se gana. Nadie presta atención a las casillas porque se tiene la manía de mirar a los ojos cuando se habla y pierden su posición en el tablero de la vida. Yo procuro no quitar la vista del suelo, que nunca sabes desde dónde te pueden amenazar. ¿Qué pasa cuando estás esperando en el andén y observas que la señora que está de pie en el otro andén está haciendo jaque al músico que está cerca de ti y éste es ajeno a todas estas confabulaciones para acabar con su vida?
La solución es trivial. Puedes montar una escena y gritar para salvarle o mejor aún, ponerte delante de él disimuladamente. Un alfil no se sacrifica por un peón. El tiempo está de locos, cuando era pequeño llovía más y mi padre no me dejaba ir al colegio por lo mojadas que estaban las calles. Ésta es mi parada. Buenas tardes, nos vemos mañana.

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