La vecina de enfrente se despierta a mediodía. Sube la persiana hasta la mitad, abre la ventana y deja los tacones en el alféizar. La vecina de enfrente tiene curvas superlativas y labios entreabiertos insinuando el paraíso. Una chica de calendario en la pared de un garaje mecánico. Hay días que baila desnuda antes de ducharse. Hoy no. Tiene suficiente con levantarse de la cama, con el terremoto que carga sobre sus hombros. Las cosas no van bien para la vecina de enfrente, y a nadie parece importarle. Los hombres se conforman con esos cinco minutos diarios: ella subiendo la persiana y dejando los tacones en el alféizar. La vecina de enfrente no se imagina cuántos la espían, colándose en su vida por la ventana. El espectáculo continúa. Lleva el mismo vestido veraniego a rayas azul marino y blancas. Escribe un mensaje de texto en el móvil y lo manda a un desconocido afortunado. Después enciende un cigarrillo mientras sacude el edredón con fuerza. Este es el momento favorito de los espías. Ellos suspiran en imposibles cercanos. Ella corretea en círculos sin saber qué hacer. Movimientos de acción cíclica simple. Un juguete, una ilusión óptica para los hombres. El espectáculo se suspende hasta la función de mañana. Antes de abandonar el dormitorio, sacude la cabeza como si dijese: "esto no está pasando, esto no está pasando".
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I’ll fall for you soon enough.
I resolve to love.
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