The clock is set for nine but you know you're gonna make it eight

Estoy en un cibercafé de Kampala. Hace un calor de mil demonios, cada página tarda diez minutos en cargarse y me desespero. No sé si estas palabras llegarán a tiempo. Ayer visité el norte del país y nos encontramos con dos cadáveres envueltos en hojas de papaya. Soy el único europeo en el local, aporreo el teclado como un batería enfurecido. Estoy muy lejos de casa y echo de menos la vida en el mundo desarrollado. Ya sabes a lo que me refiero. Ir con mi mujer al cine, ver una comedia romántica de Ben Stiller y compañía. El olor a Ariel Frescor de los Alpes en mi ropa. Internet me mantiene en contacto con el exterior. Nunca me había dado cuenta de la importancia que tiene, es el mejor invento desde la bombilla. Por lo menos pasan los días y me siento mejor sobre mi labor aquí. He hecho un buen trabajo. Tengo la cara embadurnada de repelente porque hasta en el hotel tengo a tres mosquitos rodeándome. Aquí los mosquitos son como aviones comerciales, puedes verlos a metros de distancia. En el norte del país hice cientos de fotos a vacas y cabras por caminos sin asfaltar, a niños desnudos corriendo y a mujeres llevando toneladas de agua sobre sus cabezas. En Kitgum la tierra es de un rojo que parece mentira, como pintada. He fotografiado los mejores atardeceres de mi vida. Ahora tengo que irme al hotel, volveré a escribir mañana.

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