Archive for julio 2009

Sonidos urbanos, vol. 2

Las musas del artista postmoderno César Augusto Yusti le hicieron un corte de mangas un día y no volvieron. Al parecer, todas se mudaron felizmente al estudio californiano de un guitarrista de punk melódico sin dejar una nota de despedida. Yusti siguió presentando su arte: mamíferos africanos disecados y embellecidos con bisutería china, pero ninguna galería lo aceptó más. Estaba acabado, una noticia de actualidad en un periódico viejo. Los cheques al portador fueron menguando y Yusti se encerró en su apartamento con la única compañía de los discos de Steely Dan como hilo musical. Durante semanas, nadie llamó a la puerta, nadie hizo sonar el teléfono. Durante ese tiempo, se sumergió en sí mismo, cogió una vieja grabadora y salió a la calle dispuesto a comerse el mundo y demás enemigos. Y allí se fue Yusti, dispuesto a adquirir el sonido ambiente de la terminal del aeropuerto de Bruselas a las cuatro de la mañana o el del zoológico de Barcelona en agosto. Un mercado cerrado, los gruñidos de un gatito adormilado, las oficinas de los bufetes de la Castellana en domingo. Editó cada pista y cuando terminó su proyecto, lo envió a su agente por correo certificado. Nadie pareció entender su obra concisa, la esencia de aquellos lugares ruidosos cuando el silencio triunfaba y ponía todo patas arriba. Lo calificaron de estrafalaria locura, de broma de mal gusto. Las rechazaron. Un aeropuerto debe tronar a gente corriendo, a cintas mecánicas en marcha y a aviones despegando. Un zoológico no lo es si los animales duermen por el calor estival. En la pista de la Castellana, sólo se oyen pájaros y el silbido de un aspersor conectado por error. Si escuchas muy atentamente puedes percibir una especie de rumor entre los árboles. Las cintas fueron vendidas a una franquicia de clínicas de estética, que las utiliza de música relajante como si se tratase de la grabación de una selva tropical. Al menos, Yusti pudo comer caliente dos meses más.

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Like pixelated scraps of jazz mags in your head

Tengo entre las manos un manual de autoaprendizaje de catalán. Tema 5: "¿Qué hora es?" Aprender un idioma por tu cuenta puede resultar tedioso, y más en una noche de julio como esta. Hace años resultaba fácil. Me refiero a los años de instituto, cuando asistía por las tardes a la Escuela de Idiomas. Alemán los lunes y miércoles a las cinco, italiano los martes y los jueves a las cuatro. Las clases estaban dispuestas en forma de U y te morías de calor ya fuese diciembre o junio. Había un chico que me ponía los pelos de punta. Tendría unos treinta y algo, pelo revuelto y lucía canas sobre las orejas. Coincidíamos en las dos clases, primero de italiano y alemán. Era un listillo con un nivel superior al resto de los alumnos y todos nos preguntábamos qué hacía apuntado a una clase tan básica. Supongo que le gustaba sentir que sabía más que nosotros. Era el ojito derecho de las dos profesoras, especialmente de la de italiano. Y no se trataba sólo de baja autoestima, había algo raro en él y eso me ponía nervioso. En las primeras clases, las profesoras nos preguntaban uno por uno la razón de habernos matriculado en su clase. Unos decían que les gustaba el idioma, otros por trabajo. Yo respondí que no tenía nada mejor que hacer por las tardes y que vivía a cincuenta metros de la Escuela. Era cierto. Si hubiese tenido un videoclub cerca, me habría hecho cinéfilo. Experto cazavampiros en un recreativo. O rata de biblioteca. Incluso jugador de fútbol si hubiese un campo de fútbol en mi barrio. Pero sólo estaba la Escuela de Idiomas y allí iba a matar el tiempo. El listillo respondió en clase de italiano que pretendía aprender la lengua para comunicarse con su novia. Recuerdo que las compañeras le sonrieron con aprobación, incluso la profesora. El día siguiente, en alemán, respondió lo mismo y produjo idénticas reacciones. Nadie se había fijado excepto yo. El chico de canas y autoestima baja nos mentía, o su novia hablaba diferentes idiomas dependiendo del momento, como las estrellas de cine. Discutirían en alemán y practicarían sexo en italiano. Trataba de imaginarme cómo sería ella físicamente. Sería bonita, ligera. Y me pondría los pelos de punta como él. Al año siguiente, en segundo, él no estaba y las profesoras dieron clase como si nada. Quizá él asistía de nuevo a primero, respondiendo a todos los ejercicios y dejando en ridículo a los compañeros. O ella se habría ido dando un portazo y jurando en arameo. No sé por qué me viene todo eso a la cabeza en esta noche de julio. Por cierto, ¿saben cómo se dice la hora en catalán? De frenopático.

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No estropees mis círculos

Desde el verano de 2007, el licenciado José Martín escribe su tesis doctoral. Durante este tiempo trabaja duro, no sale los fines de semana y pasa los días delante de la pantalla del ordenador. La tesis está encabezada por el llamativo y breve título de “Científicos muertos”, y en la introducción expone como anécdota histórica el sitio de Siracusa y el asesinato de Arquímedes a manos de un soldado romano. El director no participa en el desarrollo intelectual del proyecto, está más preocupado en sus propias líneas de investigación y abandona al doctorando a su propia suerte. El tema de la tesis consiste en una idea que lleva obsesionando al licenciado desde el aparente suicidio del inspector David Kelly en 2003, cuando se disponía a revelar que no había armas de destrucción masiva en Irak. Impresionado, profundizó en la noticia desde el punto de vista del científico que debe publicar datos que no son favorables a la institución que lo ha contratado. Buscó en Google las defunciones de investigadores, desechó las producidas de manera natural y obtuvo que el número restante de muertes en extrañas circunstancias superaba al de otras categorías laborales. Demasiados suicidios, demasiados cables sueltos. Descubrió además que la mayoría de ellos trabajaba en investigaciones biológicas y armamento químico. Científicos de éxito, genios a sueldo de empresas privadas que desaparecían sin hacer el menor ruido. Desde entonces, busca un nexo de unión entre esas muertes y todas las pruebas apuntan a la guerra y el negocio que supone. Arquímedes tenía razón. El licenciado escribe las conclusiones finales y piensa en el tribunal que valorará su tesis. Tiene un nudo en el estómago, el plato de pasta recalentada en el microondas sigue a medias sobre la mesa.

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