No estropees mis círculos

Desde el verano de 2007, el licenciado José Martín escribe su tesis doctoral. Durante este tiempo trabaja duro, no sale los fines de semana y pasa los días delante de la pantalla del ordenador. La tesis está encabezada por el llamativo y breve título de “Científicos muertos”, y en la introducción expone como anécdota histórica el sitio de Siracusa y el asesinato de Arquímedes a manos de un soldado romano. El director no participa en el desarrollo intelectual del proyecto, está más preocupado en sus propias líneas de investigación y abandona al doctorando a su propia suerte. El tema de la tesis consiste en una idea que lleva obsesionando al licenciado desde el aparente suicidio del inspector David Kelly en 2003, cuando se disponía a revelar que no había armas de destrucción masiva en Irak. Impresionado, profundizó en la noticia desde el punto de vista del científico que debe publicar datos que no son favorables a la institución que lo ha contratado. Buscó en Google las defunciones de investigadores, desechó las producidas de manera natural y obtuvo que el número restante de muertes en extrañas circunstancias superaba al de otras categorías laborales. Demasiados suicidios, demasiados cables sueltos. Descubrió además que la mayoría de ellos trabajaba en investigaciones biológicas y armamento químico. Científicos de éxito, genios a sueldo de empresas privadas que desaparecían sin hacer el menor ruido. Desde entonces, busca un nexo de unión entre esas muertes y todas las pruebas apuntan a la guerra y el negocio que supone. Arquímedes tenía razón. El licenciado escribe las conclusiones finales y piensa en el tribunal que valorará su tesis. Tiene un nudo en el estómago, el plato de pasta recalentada en el microondas sigue a medias sobre la mesa.

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