Recuerdo salir enfadado del Cine Víctor tras ver Sospechosos Habituales en la sesión de las cuatro y media. El resto de los espectadores estaban extasiados, susurrando Keyser Söze con los últimos restos de cotufas entre los dientes. Bajé la Rambla en silencio, con las manos en los bolsillos y todo lo estafado que se puede sentir un niño de diez años. La película tuvo éxito, las cifras en taquilla demostraron que al público le atraía ser víctima de engaño. Durante la siguiente década, todas las películas americanas tenían un final inesperado, la acción cambiaba ciento ochenta grados en diez segundos. Dos amigos que peleaban en un club eran uno el álter ego del otro. El psicólogo muerto que ayuda a un crío rarito. Ibas al cine con ojo de detective, intentando descifrar la trampa. El resto de metraje daba igual, todo estaba colocado en función del último giro. Y empecé a desconfiar de las películas, un drama pasaba a comedia romántica en un abrir y cerrar de ojos. El público aplaudía a rabiar. Supuse que los guionistas de Hollywood habían sido inoculados por el virus Söze, y que ya no había remedio. Por aquel entonces me habría encantado que alguno de ellos viviese cerca para poder tirarle globos de agua a la nuca, o dejar una bolsa ardiendo en su porche. Mientras tanto, el público exigía más trampas, más giros rebuscados en el guión. Alegrías en Elm Street. El enano de jardín durmiendo en la cama de Amélie Poulain.
Y como dicen que el cine es una representación de la vida real, empecé a desconfiar de las mujeres. No las miraba sólo con la intención de acostarme con ellas, sino también buscando ese engaño que no puedes cambiar aunque te creas lo bastante especial como para lograrlo. Un día descubrí una chica de cine clásico. Cristalina. Sólo tenía que mirarla a los ojos para saber qué estaba pensando en cada instante. Y me dije que era ella, la que estaba buscando. Me imaginé a su lado a través del tiempo. Permanentes. Y cuando empezaban a sonar los primeros acordes de violín anunciando el final feliz, ella se transformó para descubrir su verdadero yo. Más fría, más calculadora. Hola de nuevo, Keyser Söze. Ella se alejó triunfante y yo me quedé mirando a todos lados, como el policía al que se le ha escapado el malo ante sus narices. Vuelvo a sentirme estafado, pero esta vez será diferente. He crecido, soy más fuerte y esto no es una película. Ni siquiera me ha dolido, sólo siento confusión ante mi nuevo enemigo en el campo de batalla. Porque iré contra ti como si hubiese nacido para destruirte.
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I’ll fall for you soon enough.
I resolve to love.
One Response to El Cristo del Perdón
¿Otra vez borrando entradas, mamarracho? Eres lo peor... =P
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