Yo miraba al castillo y me creía Franz Kafka

Esto ya lo he vivido antes. En realidad, tengo la sensación de llevar años sentado en el vestíbulo de la primera planta de la estación de Puerta de Atocha. Desde aquí se accede a la sala hipóstila que acoge quince vías de trenes de media y larga distancia. El de la vía dos será el mío, seguro. Ya me conozco el ritual. Destino: Barcelona Sants. Estoy nervioso y hago que leo el periódico aunque más bien me dedico a espiar al resto de la gente. Una americana de cara rosada está sentada a mi lado y juguetea con su reproductor de música. Lleva una blusa de cuadros y tiene un billete a Pamplona. La cola de la vía seis a Sevilla parece no tener fin. Hay tres teléfonos públicos, el primero está libre. En el segundo, un chaval con pantalones militares y cabeza rapada discute cogiendo el teléfono como si fuese el cuello de su interlocutor. Una chica con gorra de béisbol utiliza el tercero. Se dedica a escuchar mirando el suelo. En mi cabeza se produce una rápida asociación e imagino que es el militar enfadado el que discute con ella a través del teléfono y a un metro de distancia. Él grita más fuerte, dejando claro que sus sentimientos son más importantes que los de ella. Cuelga y da varias zancadas hasta perderse por mi derecha. Ella sigue con el teléfono en la oreja haciendo como que habla y me da pena porque sólo yo sé la verdad. Después de un rato se aleja arrastrando su maleta de ruedas. Me giro hacia la americana, que continúa escuchando música y ahora tiene entre los dedos una inmensa bamba de nata que me hace olvidar todo lo demás. Qué hambre tengo. Abre la boca y se mete todo el dulce de una vez. Tiene los labios manchados de nata pero no le importa. Deglute la bamba sin ningún esfuerzo aparente. Dios mío. La última vez que vi algo así fue a Galactus el comeplanetas. Tampoco nadie se percata de esto y me da rabia. Anuncian la salida del tren con dirección a Barcelona. Se forma la cola frente a la puerta de cristal de la vía dos. Permanezco sentado, inmóvil. No sé por qué no me sorprendo.

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