José Luis limpia con la mano el vaho del espejo y coge una hojilla de afeitar desechable. La radio está encendida y suenan las señales horarias. Se aparta el mechón rebelde que le cae sobre el ojo izquierdo y hace un guiño a su reflejo. Cuando termina de afeitarse, recorre el pasillo con una toalla atada a la cintura y elige del armario el traje de raya diplomática. El disfraz de los martes en la vida de nuestro superhéroe de minorías. Desayuna de pie, con la corbata pasada por encima del hombro. El fregadero está lleno de tazas con posos de café en el fondo. Antes de salir de la casa, hojea por última vez el convenio de separación que se resiste a firmar. Una lectura de pornografía emocional sobre su matrimonio fallido. José Luis se confunde entre los transeúntes y tropieza con un hombre que se dirige a la tintorería con una camisa manchada de mostaza Dijon. El músico callejero que interpreta canciones eslavas con su viejo acordeón todavía no ha llegado a su puesto. Más adelante, saluda a la directora de la oficina bancaria, que sale de la boca del Metro con cara de demonio. Por un momento se pregunta cómo lo ven desde fuera. En la parada de la guagua Circular esperan ocho personas y el gordo que está sentado tiene cara de barman del salvaje Oeste, sirviendo zarzaparrilla a bandidos y putas por igual. La guagua aparece al fondo y unos chavales corren por la acera como si persiguiesen una diligencia que transporta bolsas de dinero con el símbolo del dólar. Suben a tiempo gracias a que el gordo tarda un rato en encontrar su billete y el conductor se niega a arrancar hasta que no lo valide. Llega a la oficina y en el ascensor le mira el culo a Pili, la chica de Contabilidad. Ella trabaja un piso más arriba y José Luis se maldice por carecer de un plan de evasión de ese torpe organismo de carne, huesos y sangre en el que está internado. Así espiaría a Pili toda su vida mientras el resto del cuerpo haría como que trabaja en el piso de abajo. El ruido de las puertas abriéndose le devuelve a la realidad y avanza hasta su despacho. Laura, su exmujer, trabaja allí. La encuentra en la sala de juntas reunida con unos inversores asiáticos. Ella lo saluda con un movimiento de cejas y José Luis le apunta con la mano como si llevase una pistola imaginaria. Apunta al corazón y dispara. No pasa nada, la reunión prosigue y ella sobrevive una vez más. Entra en su despacho y cierra la puerta. Busca en su agenda la hojita con los datos de Laura y tacha una vida. Ya sólo restan cuatro. Sonríe y enciende el ordenador.
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I’ll fall for you soon enough.
I resolve to love.
One Response to Am I really all the things that are outside of me?
Tachar vidas... ¡interesante!
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