Canción de nuestros padres

El corazón de arcilla de Adán se detuvo cuando vio a Eva por primera vez. Se encontraba allí, en medio del jardín a la sombra del árbol de la ciencia del bien y el mal como si tal cosa. Adán paseaba desnudo puesto que no había peligro de ser descubierto. Al verla, levantó la vista hacia el cielo y dio gracias a Dios por escuchar sus plegarias. Después se presentó a Eva. La convenció para que fuese desnuda, ya que no habría por la zona más mujeres deseosas de criticar la anchura de sus caderas y le señaló el vacío que había en su propio pecho, de donde Dios le prendió una costilla para moldear a su compañera en el paraíso. Durante muchos años vivieron así, comiendo de todos los árboles menos uno, jugando a ser siameses sin mantener ningún contacto. Al parecer, Eva buscaba algo más en un hombre que carecía de educación y bienes inmobiliarios. Ella engordaba cada día debido a las toneladas de manzanas que ingería, conocedora de que Adán no podría engañarla con otra y las líneas eróticas quedaban a miles de años de separación. Él, viendo que ella no se enamoraría, modeló a su Eva perfecta con barro del lago. Pero esta se derritió a las pocas horas como se derriten los sueños construidos por uno mismo. Desesperado, se arrancó varias costillas a la vez, mordió la fruta prohibida y volvió a ser polvo. Eva fue expulsada del paraíso por orden divina tras no encontrar amor alguno en ella y tuvo que arrastrarse sobre su vientre, como las serpientes. Sus hijas se disfrazan hoy en día de mujeres fatales sobre botas altas.

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