This is very beautiful. They may all be my bunnies

El observador sale de la boca del Metro y escucha de fondo la sirena de una ambulancia. Son las tres menos cuarto. Inicia su paseo por la primera parte de la calle Fuencarral, la que va desde Quevedo a Bilbao. A partir de ahí no suele continuar descendiendo. Más allá habitan los modernos de vestidos pluscuamperfectos, que suben y bajan una y otra vez el tramo Tribunal-Gran Vía como si fuese su pasarela particular. El observador aplica mentalmente el álgebra del efecto Doppler respecto a la sirena de ambulancia y resuelve que está acercándose hacia su posición. El Papá Noel de Carrefour fuma sentado sobre el saco de regalos en la puerta del supermercado. En el interior del mismo, una anciana estalla un caqui contra el suelo en la sección de frutería. El observador estudia la cartelera del cine que se encuentra bajando cincuenta metros desde el supermercado. No hay cola para la sesión de las cuatro y media. La sirena es cada vez más aguda, la fuente sonora está próxima. El precio de unos huevos rotos con pisto en la taberna de la esquina es de ocho euros con diez. El observador tropieza con una niña que tiene la nariz pegada al escaparate de una juguetería y que pide a su padre en inglés que le compre todos los conejitos de la tienda. Dos mendigos se echan la siesta en un banco al sol. Un coche está parado en medio de la calzada, poniendo en jaque a una silla de ruedas vacía sobre el paso de peatones. El dueño de la silla está besando el asfalto. Hay sangre. Por fin llega la ambulancia.

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