Dictador de gaveta

Situamos la acción en un diminuto Estado al sur de la desértica Exopotamia. Veinte años atrás, un general entró a caballo en el parlamento un Domingo de Resurrección y disolvió el gobierno a golpe de espuela. Nadie protestó desde los escaños vacíos. Quién quiere tener enemigos, solía decir el dictador. Y así fue, acabaron enterrados en las dunas del desierto. Cuando no quedaron enemigos, los siguientes en perder la vida fueron los indiferentes ante el nuevo régimen. Durante la celebración de la década de paz, encargó a un escritor sus memorias y este realizó un monográfico de quinientas páginas sobre las que cabalgaba el general flanqueado por sus hombres más bravos y fieles. El dictador leyó la obra y se preguntó si así sería recordado. El sueño del poder absoluto hizo que acabase con la vida de todos los militares a su mando, uno por uno. La novela fue encerrada bajo llave en la primera gaveta del despacho del escritor. El general murió en la cama y el pueblo superviviente apoyó el siguiente régimen con idéntico fervor que el anterior. Actualmente el escritor firma artículos de opinión bajo pseudónimo. Mientras tanto, en el interior de la gaveta de su despacho, el general cabalga exterminando al resto de los personajes hasta teñir las páginas de rojo. Ya está solo, no hay enemigos a la vista. Hace días que el editor no recibe las columnas del escritor. Nadie sabe dónde está. La asistenta Gladys irrumpe como un torbellino en el despacho y observa una taza de tisana fría encima del escritorio. La primera gaveta está abierta y hay gotas de sangre salpicando el parqué.

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