Llevo varios días leyendo un interesante tratado médico de lesiones en el hipocampo que encontré entre los libros de Ana. Ella acaba de irse, por cierto. Salió del portal y miró como de costumbre hacia arriba para ver cómo le espío desde las alturas. La calle parece una fiesta: las familias suben y bajan cargando bolsas de regalos, una pareja se besa delante del puesto de castañas asadas y la terraza de la cafetería está llena a pesar del frío de diciembre. Las risas suben hasta aquí y se filtran por la ventana de guillotina. Por un momento pienso que estaría bien bajar y ser partícipe de esa alegría navideña. Luego sería lo de siempre y diría que tampoco era para tanto, y que desde arriba parecía otra cosa, y qué ganas de volver a casa y poner los pies sobre el radiador de aceite. Sigo estudiando a cada transeúnte desde mi posición de francotirador. Ana entra en el supermercado. El dueño del sirio está en su puesto habitual, descansando fuera del restaurante en una silla con el logotipo de Coca Cola en el respaldo, y con los brazos cruzados. La cruz verde de la farmacia está apagada y un chaval con corte de pelo estilo Mullet forcejea con la máquina expendedora de condones.
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I’ll fall for you soon enough.
I resolve to love.
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