Un placer para los sentidos

Verdaderamente un placer para los sentidos. Un oasis de belleza entre tantos muertos feos. Me pregunto cómo se llama, a dónde se dirigía. Está tumbada sobre el paso de peatones y tiene sal en los labios. La carpeta de estudiante universitaria descansa varios metros más abajo y las hojas de apuntes danzan alrededor del cadáver. Mi compañero busca una manta en la ambulancia y la arropa en su cama de asfalto y hielo. El resto del círculo seguimos venerando el altar improvisado, oliendo su perfume de heliotropo. Me gustaría saber qué fue lo último que vieron esos ojos azules. Aquí no podemos hacer mucho más. Llaman por radio, han encontrado a un anciano convulsionando en el servicio de una taberna cercana. Vuelta a la rutina. Alguien susurra que es como si estuviese durmiendo. Tiene razón, en mis veinte años de médico del Samur no había visto un fiambre tan bonito.

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