Take me, take me to the riot

Lucía baila desnuda junto a la mesa de caoba que preside el salón. No hay música, casi puede escuchar cómo se derrite el hielo dentro del vaso de whisky que lleva en la mano izquierda. En el otro extremo de la estancia, el profesor está sentado frente a un lienzo sobre el que plasma los movimientos de Lucía a carboncillo. En la chaise-longue descansa Isabel, que no aparta la mirada de su compañera tras unas gafas de aviador. Sobre la moqueta hay varios libros, una guitarra española y el uniforme de Lucía. Isabel fuma haciendo anillos de humo que van quebrándose en su ascenso hacia el techo. El profesor le pide que cante e Isabel se incorpora, coge la guitarra y tararea una azucarada serenata sobre el paradero de los niños perdidos. Isabel canta con los ojos cerrados, casi susurra las estrofas. En la cocina hay un brasero encendido con una tetera hirviendo encima. El profesor se levanta para preparar un té verde para tres y en sus pantalones se refleja una erección que hace dibujar una sonrisa en la cara de las alumnas. Lucía aprovecha para abrir las cortinas y contempla el exterior. Los coches arden, hay gente que corre de un lado a otro y la revuelta parece un éxito sobre las calles de París.

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