En mi cabeza se producen asociaciones aleatorias, fractales de memoria que convergen en puntos indeterminados. Esta tarde ha vuelto a diluviar sobre Santa Cruz, el viento ha traído el olor a cebada de la Cervecera y parecía que por un momento llovía cerveza. Odette está sentada en el centro de la sala, repitiendo los movimientos de la monitora de yoga que sale por la televisión. De pronto me viene a la mente la misma imagen de Odette haciendo yoga muchos años atrás, embarazada de Andrés. Pienso en el chico, antes me estuvo preguntando cómo se hacía uno mayor. Qué cosas. Lo primero que se me ocurrió fue responderle cuándo sentí que perdía la infancia: el día en que mi padre cogió mi bolsa de los boliches y los lanzó al retrete. Andrés está encerrado en el baño, haciéndose mayor. Miro a Odette y no consigo excitarme. Hay días que puede estar callada desde que abre los ojos hasta que se acuesta. Creo que si no fuera por el niño, ya no seguiría en esta casa. Al fin y al cabo, es un tatuaje imposible de borrar aunque quisiera. Sigo fumando sin pensar en nada en concreto hasta que me doy cuenta que el cigarrillo está quemando el reposabrazos del sofá color bengué que compró Odette. No aparto el cigarrillo de la tela y mi corazón se acelera, sincronizándose con el chapoteo de los boliches de Andrés que naufragan uno por uno hacia el fondo del retrete.
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I’ll fall for you soon enough.
I resolve to love.
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