Tiernos maullidos eléctricos

El profesor de literatura ve su reflejo en el espejo del despacho y piensa que su mujer lleva razón, tiene electrodos distribuidos por el tórax descubierto conectados al monitor Holter de la cintura y ciertamente se asemeja a un mártir dispuesto a inmolarse en cualquier momento. Sobre la mesa, un vaso de whisky de doce años y varias columnas de exámenes esperando ser corregidos. Este septiembre volvió a preguntar el segundo acto de Hamlet como todos los septiembres aunque el número de suspensos también será constante. El portátil está encendido y tiene abierta la página de Wikipedia referente al Síndrome de Brugada. El profesor ha pasado la tarde leyendo todo tipo de cardiopatías y está convencido de que se encuentra ante la ganadora, no necesita esperar a los resultados de la prueba. Respira con la boca abierta, está empezando a tener un ataque de pánico. Se gira hacia la ventana y clava la mirada en una nube con forma de magdalena aplastada y desea con todas sus fuerzas convertirse en Fred Astaire en aquella película donde bailaba por el techo. Un truco de cinematografía, una caja mágica en la que el actor parece que mueve los pies pero está quieto y son las paredes las que giran alrededor de él a modo de sistema solar. Poco a poco la mesa y el suelo se convertirían en pared derecha, y la pared izquierda con el daguerrotipo encuadernado de Poe pasaría a ser el nuevo suelo. Gracias a este giro tendría la ventana bajo sus pies y ya podría arrancar la pelusa de las nubes como hacía de pequeño cuando se enfadaba mucho, se ponía rojo y dejaba de respirar.

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