La última cena

La señorita Wang no necesitó de grabadora para memorizar el discurso de despedida y rechazo que recitaba su pareja desde el otro lado del teléfono, el final de una historia que no tenía que haber empezado. Agarró con las dos manos el auricular y pidió una última cena en el restaurante de siempre. Todavía con el teléfono pegado a la oreja, estuvo un rato escuchando los tonos graves y mecánicos que le indicaban que no había nadie al otro lado. Realizó un sencillo truco de magia para viajar a través de los agujeros del auricular hasta caer sentada en una mesa para dos del italiano donde se conocieron. No tuvo que levantar las cejas al camarero para que le sirvieran una botella de lambrusco seco, que descorchó mientras esperaba a su ejecutor. La señorita Wang, intérprete y traductora de chino, posee la capacidad para memorizar discursos de quince minutos para después repetir palabra por palabra aquello que el orador de la conferencia correspondiente habría querido decir en otro idioma. Él llegó puntual y la saludó con una mano entre las piernas de Wang, quizá por los viejos tiempos. Ella esperó al intermedio entre el carpaccio y el segundo plato para reproducir la sentencia de la relación escuchada por teléfono, esta vez en chino. Lo besó en la frente y dejó la servilleta sobre la mesa. Ya en la calle, pensó en convertirse en mariposa junto al enorme contenedor de reciclaje de vidrio. Golpeó como si fuese un balón una de las bolsas que estaban en la acera y el sonido de botellas rompiéndose llenó el silencio de la madrugada.

Bookmark the permalink . RSS feed for this post.
Todos los derechos reservados. Con la tecnología de Blogger.

Search