Happy hour

Delante de él, María vuelve a preguntarse qué está haciendo aquí. Son las once de la noche de un viernes de agosto, la "hora feliz" en un bar de moda de la parte vieja de la ciudad. Él no bebe, sólo habla. María todavía lleva el uniforme de azafata, el último vuelo de regreso llegó con retraso y no tuvo tiempo para cambiarse. Él le pregunta por los lugares que ha visitado y le reta a un examen de capitales del mundo. María falla Burkina Faso. Le pide salir fuera del bar, hace un calor horrible y se sientan en el murito de enfrente. Ella juguetea con el palillo que termina en aceituna dentro del cocktail Spritz. Cava, campari, gaseosa y una rodajita de naranja. Le señala el otro lado del muro, los restos de la necrópolis romana que se salvaron de quedar enterrados bajo los cimientos de la Catedral. Las tumbas emergen entre la hierba a modo de dos hileras paralelas, bloques de piedra redondeadas. La "hora feliz" termina a las doce. Ella le pregunta por el accidente del transbordador espacial mientras se quita los tacones. Escucha la respuesta de su compañero con la mirada fija en las tumbas. Muerde la aceituna y piensa que el cocktail le ha subido demasiado. María ríe con la boca abierta.

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