Jardines del Museo Calousté Gulbenkian en una tarde de julio, mi rincón favorito de Lisboa. El profesor de literatura da vueltas sobre sí mismo mientras explica a un grupo de niños con gorra amarilla. Todo puede ser narrado, desde el robo de un banco o la descripción técnica de un dúplex, pero si de pronto en el relato aparece una gasolinera abandonada no hay que descartarla sin jugar primero con ella. Esto sería peligroso si fueses arquitecto y conviertes un dúplex en una gasolinera pero ante un lector, en literatura, en un relato, todo es posible. Varios niños asienten, otros están más pendientes de las tortugas del lago artificial, una chica lee descalza a Don Delillo y por un instante todo se me antoja perfecto, un Edén sin manzanas. En mi bolsillo hay una tarjeta de visita de un tal señor Diamantino, el mejor concierto de fado en el Bairro Alto según el recepcionista de mi hostal. No sé cómo habrá llegado hasta ahí, tampoco sé muy bien cómo volver a casa. La mujer del libro tiene un dragón tatuado en la espalda. Cuando decido hacer una fotografía con la que congelar esta escena para siempre, descubro que la chica y el dragón ya no están, el profesor y los niños han entrado al Museo y ya sólo hay parejas besándose. No sale mi Edén particular en la instantánea, pero qué más da. El qué hacer con la tarjeta del señor Diamantino o decidir la manera de volver a casa son historias triviales, como estas palabras carentes de intensidad. Por eso están aquí.
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I’ll fall for you soon enough.
I resolve to love.
One Response to An Eden of that dim lake
Me gusta especialmente la expresión "Un Edén sin manzanas".
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