Compromisos contractuales

Si entras a mi piso, lo primero que encuentras a la izquierda es una enorme puerta de madera cerrada de casi tres metros de alto. Y está así desde el primer día que llegué, cuando todavía estaba el cartel de "se alquila" en el portal. Aquí no puedes entrar, señaló la casera y recordé a Marta, aquella niña de Tejina que me dijo las mismas palabras una noche de verano. Y lo cierto es que me hizo gracia y fue una de las razones con las que convencí a Odette para vivir aquí. Después firmaríamos el contrato y la cláusula número seis reza lo siguiente: "La arrendadora se reserva una habitación del mencionado piso, al que podrá acceder con el correspondiente permiso. Si se advierte la entrada no permitida a la misma por parte de una persona ajena a la propietaria, se procedería a la rescisión del presente contrato". He intentado derribarla y no cede, ya se ha convertido en una institución el invitar a comer a las cinco de la mañana a los amigos de la noche y terminamos lanzándonos sobre ella como si nos fuera la vida en ello. No sé qué esperaba encontrar: los cadáveres de sus progenitores o un corazón delator, no sé.
Hoy he regresado de la Agencia y la puerta estaba entornada, invitándome a entrar. Se trata de un elegante despacho, con una mesa vacía y a cada lado dos funcionarios esperándome, uno con las manos ocupadas de documentos y el otro con los brazos en jarra. Dejé la chaqueta en el perchero, me senté y pedí mi pluma de plata. El hombre de la izquierda estuvo pasándome expedientes y señalaba en la primera página dónde debía firmar, y en un instante el documento desaparecía de la mesa para pertenecer al hombre de la derecha, un funcionario enjuto extraído de una película de Bergman. Tras dos horas de dibujar garabatos, pedí un descanso para ir al servicio y desde ahí espié por la ventana cómo la pareja del tercero hacía la revolución sobre la lavadora.

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