Alegrías comprimidas

María ha empleado la mañana en calcar el perfil de los edificios que se ven desde su ventana con tinta indeleble sobre el cristal. Mientras allí abajo, en la boca del metro, una mendiga intenta vender un hueso de jamón a los que se aventuran en desplazarse por los intestinos de la ciudad. Lleva dos días que no se mueve del sofá, una vieja manta azul y una caja abierta de Valium sobre la mesa de centro. Tiene la televisión encendida, sin volumen. En todos los canales hablan del accidente del transbordador espacial y lo comparan con el Columbia en 2003. Finalmente, el hombre del espacio vio frustrado el regreso de su viaje particular por las estrellas. Hoy María no ha ido a trabajar al aeropuerto y su móvil vibra sobre la mesita, se dice a sí misma que debería estar de tránsito a Zúrich. Mira la hora en su reloj atómico y se sorprende de lo rápido que pasa el tiempo cuando se está bajo la influencia de los psicotrópicos. Coge otra pastilla de 5 miligramos de felicidad, la coloca debajo de su lengua. El enviado especial en Cabo Cañaveral, la televisión y las paredes se alejan poco a poco y María se hunde en el sillón.

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