Archive for enero 2015

El peso del agua

El pasado jueves, Alfredo me llamó por teléfono y me pidió que me fuese con él a Milán el fin de semana. Ya no recordaba cuándo fue la última vez que tuvimos unas vacaciones. Me pareció bien, sería mi primera vez en Italia y así él no volvería a echarme en cara que no quise reconstruir lo nuestro. A fin de cuentas, él había tomado la iniciativa por primera vez en años. No es malo dar marcha atrás y utilizar las viejas armas: ilusión y sorpresa.

El fin de semana pasó en un suspiro: demasiadas horas enlatados en aviones y coches de alquiler. Nos quedamos en Varese, en casa de un amigo suyo, un poeta italiano que tenía más colmillos que un lobo. El domingo nos llevó al Lago Maggiore, una enorme balsa de agua glaciar que hace frontera con Suiza. Hacía mucho frío pero era precioso. Me dediqué a hacer fotografías a otras parejas felices que se abrazaban frente a la orilla, capturando los besos de imprevistos desconocidos. Las montañas que rodeaban el lago eran imponentes y parecía que se derrumbarían en cualquier momento sobre nuestras cabezas. Por primera vez, no pensé en quien no debía. Alfredo me dijo que era bueno crear nuevos buenos recuerdos. Me abrazó por detrás y me quedé callada hasta que cogimos el avión de vuelta a España. Estoy convencida que existirá un futuro en el que echaré de menos sentirme como me siento ahora. El peso del agua. Qué corazón tan ridículo.

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El martinete

"Íbamos a ser una generación con la vida resuelta", apunta Alfredo manteniendo la mirada fija en su café. Cada día tiene más cara de epitafio y todo lo que le diga para animarlo será en vano. Además, últimamente me cuesta un mundo empatizar con él, aunque sea su novia. Alfredo siempre se creyó más listo de lo que es, sospecho que su madre tuvo mucho que ver en eso. Son las cinco de la tarde del domingo y vuelvo a estar frente a él, preguntándome qué hago aquí. Mi corazón está lleno de secretos y todos tienen que ver con otro hombre. Mientras tanto, Alfredo sigue divagando y resolviendo el mundo desde la barra del bar, tiene carrete para largo. Los demás ya se han ido del pueblo buscando la Tierra Prometida, solo quedamos él y yo. Pienso en todos nuestros amigos y qué estarán haciendo allá en el extranjero, con sus vidas felices. Alfredo habla del último libro que ha leído y de sus clases en alemán. Jura que se marchará lo antes posible, pero ambos sabemos que no lo hará. Somos los últimos en irnos y aquí nos quedaremos. Ojalá se fuese de una vez, no me sentiría tan mal conmigo misma. Él es mi fracaso emocional, yo soy el suyo. El próximo domingo volveré a estar frente a él, fingiendo que nos importamos y contándonos las desgracias familiares de cada uno. Todo lo demás es secundario. Pago su café y nos despedimos con un pico de compromiso. En el parabrisas de mi coche se han formado cristales de hielo.

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Sentido del otro

Qué curioso es el mundo de los procesos sensoriales. Siempre me fascinó el mundo de los cinco sentidos aplicado a las razas, los sexos, la edad. Desde el recién nacido, con sus sentidos a estrenar, potenciando el sentido del tacto en las primeras horas. Hasta el viejito que toma el sol en el parque con sus colegas de banco, con los que no habla básicamente nada por el esfuerzo sobrenatural que supone que le escuche medianamente bien cualquiera de ellos. También tiene fecha de caducidad. Supongo que los procesos sensoriales en cuanto a género son mucho más complejos de estudiar, aunque apuesto firmemente, y hablando en términos generales, que las mujeres los tienen mucho más desarrollados que los hombres. Lo sabes pero no puedes explicarlo: Buscar ejemplos para ello me parece estúpido, no quiero crear debate ni hacer una tesis sobre ello. Simplemente lo pienso. Y hasta diría que sólo ellas tienen desarrollado un sexto sentido. Quizás sólo se trate de una estrategia del uso de los otros cinco, uniéndolos sólo en uno. ¿El buen gusto? ¿La delicadeza? ¿La sospecha? Sabes perfectamente que lo hice, que lo repetí, que lo oculté y disfruté de ello. Sabes el color de su cabello y hasta el perfume que usa porque lo has olido en mi ropa. Y hasta su restaurante favorito donde sirven el mejor vino Bordeaux de la ciudad. Permite decirte que, aunque hayas desarrollado tu sexto sentido, me reserve el placer de su risa, de su sabor y su fascinante tacto...

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