Aren't you every bird on every wire?

"Tengo una vista en Málaga, a primera hora. Tomaré vuelo de las 6.40 de la mañana. No te preocupes, llevo mis pastillas químicas en el bolsillo izquierdo de la americana. Te llamo para el desayuno. Buenas noches y descansa". Desconexión de datos. Del 8% a la carga óptima. Seis horas después, estirando el brazo, comprobé como cada día que no estabas en el lado derecho de la cama. Y una vez resueltas las preguntas espacio-temporales repasé tu agenda antes que la mía. Llevo ocho años pensando antes en ti que en mí. Total, lo mío es lo de siempre. Casa-compras-cocinar-perras-clases-casa-televisión- y tú. Málaga. Creo que sólo estuve una vez haciendo noche tras un viaje desde Irlanda. Sólo recuerdo grandes avenidas, la estación al lado de mi hotel y mosquitos, cientos de mosquitos. Aquel olor a sal. "Me vuelvo en tren. Pasa por tu ciudad a eso de las 15.43h. ¿Nos vemos?" Apuré el vaso de zumo de naranja y dejé mi rutina diaria para el día siguiente. ¡Por fin te vería, tres meses después! Creo que pasé dos horas buscando el vestuario adecuado y evitar ir vestida de negro como de costumbre, sino bonita, alegre, feliz de verte. 15.00h. Corrí a la estación quizás saltándome algún semáforo. De la espera, casi compré un billete a la siguiente ciudad para viajar contigo parte de tu trayecto. Y besarte, cogerte de la mano, olerte. Pero tu sensatez y la calma tras tu victoria en el juicio me decían por teléfono que no hiciera locuras. 15.35h. Me describías el paisaje mientras llegaba el tren. Un polígono industrial con chimeneas verdes, un pueblo con una torre de cúpula plateada que brillaba con el sol, la franquicia de deportes a las afueras de la ciudad... 15.43h. Frenó el tren, se abrieron las puertas, me llamaste nuevamente: tu compañero de asiento, dormido, no te dejaba salir al andén a lanzarme un beso. Reí nerviosa desde el otro andén, te saludé aunque no sabía muy bien a qué ventana hacerlo pues la opacidad no dejaba ver quien iba dentro. No te vi pero te sentí. Oí tus indicaciones de dónde estabas sentado y me posicioné a la altura de la ventana donde pusiste tu mano que a penas percibí... Ahí estabas, a treinta metros, invisible, diciéndome lo guapa que estaba de verde, blanco y rojo. Pasaron los dos minutos de parada técnica del tren lanzadera y a mi me parecieron cinco segundos. No te vi. No te besé. No cogí tu mano. No vi tus ojos, ni recibí tu beso volador. El tren se puso en marcha y cuando me di cuenta ya no se veía tu vagón en el horizonte y la llamada se había cortado. La cita más rara y breve de nuestra historia. Un día de diciembre. Andén 2. Llorar y llorar.

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