Lo que no cura mata

Intentaría ser sincero conmigo mismo, pero hoy no es el mejor momento para ello. Dirás que me escondo en que ninguna noche sea la indicada, pero te aseguro que no podría salir una palabra cierta de entre mis labios. Llevo demasiado tiempo mintiendo. Y hay hábitos difíciles de desprenderse de uno.
Sí, lo confieso. Soy un mentiroso por norma, y si eres descuidado ya te habré colado detalles sin que lo hayas notado. A ti te da igual, estás leyendo algo que ha sido escrito en otro contexto y no entiendes nada, pero para mí esto tiene un valor incalculable. Cuando tú leas esto yo no estaré allí para contártelo a tu lado, así que tienes permiso para inventarte la película que quieras y yo seré bueno o malo a tu merced. De Silvestre a Piolín en menos de un segundo.
Hago demasiadas preguntas, lo siento. Es mi necesidad de hablar. Acabas hablando con cualquier cosa y claro, acabas loco como querían. Al final me gustará. Sabores adquiridos, como el vino y el café. Más de lo mismo. Cafeína para no descansar, cerveza para convencerte de que aquella chica pretende acostarse contigo, Hay personas que admiran el vino como si fuese una obra italiana del Renacimiento, y luego dicen que todos los desviados están bajo llave. A mí me tocó por simple estadística, demasiados hermanos y uno tenía que quedarse con el papel de oveja negra. Te hablé del chico del hacha, es mi vecino y me gusta jugar con él al ajedrez. Es tan placentero dejarse ganar. Piénsalo. Podría ganarte si quisiera. Sólo tengo que mover esto y estás muerto, el poder absoluto. Y en cambio decides mover en falso, volver a caer y fingir la sonrisa de teatro diciendo que la próxima vez será diferente. No quiero vencerlo, en realidad. Ni tiene que ver con mi miedo a despertarme un día con un hacha peinándome el cráneo, sino que me gusta perder. Ser Silvestre es divertido. A veces hay que dejar que los buenos se lleven la victoria.
(...)
Me quedaría a vivir aquí si no fuera por esta sensación continua de vigilancia que me persigue a cada instante. No puedo levantarme de la cama sin ser aprobado o verificado por algún monitor y debo tener especial cuidado con actuar como se espera de mí. Nueve en punto de la mañana, hora de gritar. Once y media, golpearse contra la almohada. Ni un minuto más, no vaya a ser que crean que cada día estás más loco. Y hay que salir de aquí de cualquier forma. No, mentira. No quiero salir de aquí. Es una mierda, pero estoy seguro. No pretendo dar la impresión de estar desesperado, esto no va de gritos de socorro. Los barcos están en puerto y todo está bajo control.
He gastado la mañana en calcar el perfil de los edificios que se ven desde mi ventana sobre el cristal con tinta indeleble mientras allá abajo, en la boca del metro, una mujer intentaba vender un hueso de jamón a los que se aventuraban a viajar por los intestinos de la ciudad.
(...)
He perdido el hilo de nuevo, para ti es un salto de línea, pero para mí han pasado horas en este infierno. ¿Sigues? Bien.

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