Giant little animals for us

Hoy me he sentido un poco más miserable, será que me estoy haciendo mayor. He intentado neutralizarlo vistiendo una camiseta de manga corta encima de otra de manga larga, pero no dio resultado aparente. Bien. Aún puedo fingir que soy un joven rebelde sin caer en lo ridículo. En la esquina de Roselló con Balmes me saludó una voluntaria con chaleco de la Cruz Roja y carpeta en mano. No la escuché, querría lo que todas. Mi dinero, mi sangre, mi semen, mi hígado. Le dije que no tenía tiempo y respondió con un irónico y alargado gracias, caballero. Quise volver sobre mis pasos y comérmela hasta dejar sus huesos al descubierto. Una alita de pollo con sabor a solidaria utópica. No sé qué esperaba, que me hubiese levantado con ganas de socorrer a los damnificados de una tormenta tropical con nombre de culebrón colombiano. Pues no. Inténtalo otro día. Durante el camino al trabajo, estuve imaginándome un anuncio para televisión. Un travelín de mi apartamento en blanco y negro, con el sofá manchado y yo vistiéndome con una camiseta de manga corta sobre otra de manga larga. Yo haciéndome mayor y mi cara de miserable. Música de piano y el número de una cuenta corriente. Aceptaría la tarjeta de compra de El Corte Inglés. No habría problema. Eso fue lo que hice antes de llegar al trabajo, otros días pienso en llamar a Carolina. Hace tiempo que no la veo y sospecho que actualmente es la única chica que se acostaría conmigo sin pedir que primero la invite a cenar. Trabajo en una heladería italiana, seis horas detrás del mostrador. Me hacen llevar un delantal y una cinta en la frente que me da aspecto de Tortuga Ninja. Lo bueno es que tengo un sueldo decente y puedo poner la música que me apetezca. Mi rutina consiste en rellenar tarrinas y cucuruchos. Una bola, dos bolas. Tres para los más golosos. Deliciosas burbujas de aire recubiertas de grasa. Lo mejor del día ha sido un gordo que no sabía cuál elegir, fue divertido verlo nervioso ante la variedad de helados. Me dio igual que el resto de la cola protestase. Le di a probar el de dulce de leche con una cucharita de plástico. Pidió sandía. Al final le di una tarrina doble con la falsa excusa de que había elegido el sabor sorpresa. No le cobré. Se marchó tan contento que casi explota. Eso fue lo mejor del día, si bien no he conseguido dejar de sentirme miserable. Por la noche llamé a Carolina y quedamos en vernos el sábado.

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