Nunca me he follado a una negra. He probado todo tipo de europeas, latinas, chinas e incluso una tibetana que juraba ser la trigésima reencarnación del Dalai Lama. Pero negras no. Tampoco tengo mucho tiempo para explicarlo. En sitios así, cambian los estándares de estar alerta. Pero a mí lo que más me preocupa es ser un peligro para mí mismo. Ayer, sin ir más lejos, fui a dar una de mis vueltas de reconocimiento. Las noches que no tengo nada mejor que hacer conduzco hasta el Barrio Viejo. Estuve pensando en la pérdida de profesionalidad, en esas putas que llenaron mis años de juventud. En los pies de Lupita. Durante el paseo me dedico a pasar lista como si fuese el patrón de las fulanas de la ciudad. Las dos chicas del Este que ocupan la esquina de la antigua fábrica de tabaco, la vieja culona de la rotonda, las mulatas semidesnudas que hablan chillando. Todas están en sus puestos de trabajo. Muchas fuman, algunas son hombres y ninguna regatea un euro. La última con la que he estado es con una morena albanesa, nueva en la ciudad y muy agradecida. Escribiría el nombre si lo recordase. Olía a panceta usada. Es mejor ir en coche, así no tengo que acelerar el paso cuando me cruzo con alguna lanzando piropos y recitando sus tarifas del menú. Odio cuando te persiguen unos metros, el sonido de los tacones en la acera detrás de ti. Me pone enfermo. Desde el Barrio Viejo se divisan los rascacielos y el lujo con olor a nuevo. Aquí sólo hay suciedad, casas y putas abandonadas que amenazan con caerse. Me detuve frente a la gasolinera y llamé a una liberiana de grandes labios y minifalda blanca. Se llamaba Sandra. Ya he pagado por ella en otras ocasiones. Sus ojos eran grandes, de pantera. Llevaba un sujetador blanco que contrastaba con su oscura piel. Le ofrecí veinte euros por enseñarme las tetas. Sólo eso. Se trata de mi fetiche particular. Ella obedeció sin mucha pasión y se quitó el sujetador cerrando los ojos. Me derretí como los nazis que abrieron el Arca de la Alianza en la película de Indiana Jones. Ella se tapó sus tetas de café solo, me repuse y volví a casa con la radio encendida a todo volumen. Nunca me follaría a una negra, pero soy adicto al color de sus pezones.
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I’ll fall for you soon enough.
I resolve to love.
2 Responses to El color de los pezones
Así que respondes a peticiones particulares?
¿Se pueden pedir cuentos a la carta? Me ha gustado mucho.
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