Epílogo

Marta sale del edificio y avanza deprisa haciendo resonar los golpes del tacón, hasta que desaparece por la esquina de la calle. Son casi las once de la noche y sólo están encendidas las luces del ático. En la otra acera, J. espera de pie sobre la sal de los adoquines. Esta noche nevará, reflexiona al cruzar la calle desierta. La cerradura del portal sigue estropeada y sólo tiene que empujar la enorme puerta de cristal para adentrarse en el edificio. Sube hasta el cuarto piso en el viejo ascensor que supera cada piso con un lamento mecánico. No hay nadie en el rellano y se agacha para coger las llaves debajo del felpudo, donde las deja Marta. Le invaden múltiples sensaciones al entrar de nuevo en aquella casa, aún huele al perfume caro que utiliza en las ocasiones especiales. Sonríe al descubrir las raquetas de bádminton con las que jugaban en el salón con el sofá a modo de red. Abre el gabinete del baño donde solían guardar los medicamentos y estudia cada frasco naranja etiquetado con el nombre de ella y la dosis correspondiente. Xanax, dice en voz alta. En el lavabo está una barra de labios y J. se pinta ante el espejo. Recorre el pasillo a oscuras. Se sienta en el suelo del salón y apoya su cabeza en el brazo del sofá de dos plazas, recordando la imagen de los cabellos rizados de Marta trepando por la tela del sofá como si fuese un río navegable. Estaba todo en su sitio, como antes. Y sin embargo, los días pasan sin ti, sin mí. Enciende la lámpara de lava y coge un cigarrillo de la mesita. Da un par de caladas y lo deja en el cenicero humeando con la marca de pintalabios en el filtro. Junto al teléfono está la agenda de direcciones, abierta por la letra P y observa que falta la fotografía suya en El Retiro, dando patadas a las hojas caídas y sonriendo con la boca abierta al objetivo de la cámara. Marta adoraba aquel instante congelado. El humo dibuja ondas verticales hasta que J. apaga el cigarrillo, cierra los ojos e inspira fuerte el perfume de ella y el olor a su tabaco. Está ahí sentado unas horas que se le antojan segundos y abandona la casa. Esconde las llaves debajo del felpudo y mira el interior imaginando posibles finales abiertos mientras empuja lentamente la puerta hasta cerrarse del todo.

Bookmark the permalink . RSS feed for this post.
Todos los derechos reservados. Con la tecnología de Blogger.

Search