Pescadores de aviones

Juraría que aquella mañana sonaba una selección de Nick Drake en el hilo musical de la sala VIP de la T-4 de Barajas. Odette leía un periódico francés como quien abre un libro de su infancia y me confesó que aquel lugar le recordaba a María. Bebí un té frío edulcorado por una pastilla de Lexatín, qué nervioso me pone volar. Al otro lado de la sala, entre los mortales, había un grupo de ancianos con prismáticos que no se despegaban del cristal viendo aterrizar y despegar aviones. Cada uno de ellos tenía una libretita donde apuntaban el código del avión y la hora, y luego miraban en unos gruesos libros de dónde venía. Ya los había visto otras veces, se dedican simplemente a eso y siempre llevan una maleta fingiendo que van a viajar cuando en realidad se pasan el día sentados y tomando notas. Estaban separados, pescando aviones y sólo se hablaban por si alguno no había visto bien el número de serie en el fuselaje. Volviendo al interior de la sala, un joven con los pies sobre la mesa intentaba impresionar a su novia diciendo el tipo de modelo de cada avión, este es un A-340, aquel un 757... Me gusta comprar billetes de primera y actuar como alguien que no soy, estar en aquella sala VIP aparentando manejar los hilos del mundo es muy divertido, se lo aseguro. Imagino muchas vidas, todas diferentes. Tienen, no obstante, un aspecto común: no existe ni retazo de mi vida real en ellas. Odette señaló sorprendida que entre los servicios de la sala disponía de ducha en los servicios para algún ejecutivo que necesitara masturbarse antes de viajar a Frankfurt. Miré por enésima vez nuestro vuelo en la pantalla y vi cómo una azafata con cara de llamarse María salía del servicio con los tacones en la mano, saludó al vacío como si reconociese a alguien, dio varios pasos haciendo eses, aterrizó sobre una mesa de cristal y se rompió en mil pedazos.

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