Madriguera de conejos

Muchos años después, el conejo blanco de Alicia se le apareció de madrugada llevando chaqueta, chaleco y las prisas por norma. Ella murmuraba una pesadilla, tenía fiebre y el conejo miró su reloj antes de entrar decidido por la oreja izquierda de la niña. Se deslizó por el cartílago haciendo espirales hasta entrar en el conducto auditivo externo convertido aquella noche en un agujero de gusano con el que viajar en el tiempo. Reptó por el interior del oído intentando no mancharse la chaqueta de cera, el tímpano estaba totalmente perforado y al otro lado encontró un anciano barbudo que golpeaba el martillo sobre el yunque como si de una fragua se tratase. El conejo blanco maldijo el llegar todavía más tarde, el viaje de un extremo a otro de la realidad producía esta inadecuada dilatación en el tiempo. Tomó el camino del nervio auditivo hasta el centro del cerebro de Alicia. La diferencia de presión cada vez era mayor, se comparó con un astronauta dentro de una gigantesca escafandra a punto de estallar. Avanzando sobre la corteza encontró por etapas la historia de los hombres, desde Adán y Eva subidos a unos árboles del Edén lanzándose manzanas como proyectiles hasta el público de un musical de Broadway aplaudiendo a rabiar. El conejo blanco instaló su habitación en uno de los pliegues del cerebro y el tic-tac de su reloj palpitó una y otra vez dentro de la cabeza de Alicia como una migraña de repetición incurable.

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