With a winning smile, the poor boy

Hoy me levanté pensando que sería mi día de suerte, aunque la verdad es que no tenía ningún motivo para afirmarlo. Pasé la mañana en el sofá, en chándal y hecho un ovillo. El teléfono terminó sonando y era Isa, toda sofocada y llorando. Casi no se le podía entender. Le dije que se calmara y que me lo contara todo tranquilamente. Acababa de matar a su pez al cambiarle el agua, le echó agua más caliente de lo que pensaba y se le murió. El aumento rápido de la temperatura puede provocar la aparición de burbujas en la sangre de los peces, fatal, vamos. El pez tenía varios días, ni siquiera tenía nombre, pero Isa es así, todo se lo toma a la tremenda. Le dije que no pasaba nada, que ya se compraría otro. Y venga a llorar de nuevo, pobrecita, que no quería tirarlo por el váter, y no se me ocurrió otra cosa que decirle que podíamos enterrarlo. Le pareció estupendo y me pidió que la acompañase a buscar una cajita a los chinos de la esquina de su casa. Me vestí con unos tejanos apretados, llevaba el pelo alborotado. Me puse nervioso como cada vez que voy a verla. Nos encontramos en su portal, me comentó que había cambiado de idea, que quería enterrarlo en una maceta y que le parecía más apropiado. Así que acabamos comprando dos cactus, uno para ella y otro para mí, y un bolígrafo que le hizo gracia. Subimos a su casa y enterramos al pez. Se puso a llorar y me dio un abrazo fuerte, tan fuerte que sentí por primera vez su pecho sobre el mío.

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