Era tarde y estábamos sentados en la fuente de la Plaza Real, bebiendo cervezas y observando a la gente. Llevamos años haciendo esto y no se nos ocurre mejor plan para las tardes de domingo. Es una buena forma de evitar la tristeza de quien sabe que mañana tendrá que encerrarse en una oficina con tarados vestidos de traje. Ya sabes, tenemos esa edad en que absolutamente todo nos aburre o nos desespera. Nada funciona a la velocidad que debería ir. Por ese motivo, me gusta esta costumbre de juntarnos para repasar la semana. Saludamos por su nombre a los tres chavales que roban a los inocentes turistas. El más joven de ellos me recuerda a mi sobrino. A un par de metros de la fuente, una pareja discutía por aburrimiento y él movía las manos delante de ella como si sostuviese el peso de una montaña. Hay días que parece que Barcelona está llena de extras de una película de bajo presupuesto. Otra cerveza más y luego un shawarma por el Raval y a casa. Hablamos de la fiesta de anoche, a la que llegamos terriblemente tarde y sólo quedaban las gordas. Siempre llegamos antes o después, nunca llegamos en el instante adecuado. Le dije que estaba mirando un piso con calefacción. “Qué mayor estás”, dijo. Nos reímos en alto.
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I’ll fall for you soon enough.
I resolve to love.